Déjame arder

61 11 0
                                    

Gustabo García

Llamé una vez.

Nada.

Dos veces.

Si había alguien detrás de esa puerta, se hacía el muerto.

Tres veces.

Ya me iba a rendir y me giré sobre mis talones para salir de ahí, hasta que el mismísimo diablo se asomó por la puerta, inspeccionándome con la mirada, la cual traía un poco perdida por las posibles noches en vela que se habría quedado repasando informes de investigaciones pasadas, manteniéndose en pie gracias solamente al café. Tan solo eran las 10 de la mañana y ya se le veía demacrado, pero no lo suficiente como para desmerecer su natural atractivo varonil.

— ¿Qué quieres? —preguntó tajante, entreabriendo la puerta que se interponía entre ambos.

Por un día que me levantaba temprano para traerle información...

— No estoy para gilipolleces, habla —volvió a intervenir cuando veía que no le contestaba.

— Venía por... Ya sabe, el tema de la mafia de Emilio —hablé obviando mi respuesta, y cuando veía que Conway seguía como un pasmarote parado ahí, volví a hablar— ¿Me va a abrir la puerta o le tengo que comer la picha para entrar?

Ahí parecía que por fin salió de su trance, me miro con enfado, frunciendo tanto su entrecejo que le iban a salir arrugas nuevas, pero no hizo nada más que negar con la cabeza, seguramente pensando que no tenía remedio.

— Muy bien, ven conmigo supernena —se adentró en su despacho, con un ademán para que yo también le siguiera.

Era una sala bastante grande y espaciosa, admiraba como Conway tenía siempre todo bien limpio y ordenado, bueno, cosas de viejos supuse.
Al entrar, él cerró la puerta tras de mí, y con un andar tranquilo se acercó al escritorio y se sentó en su gran sillón de cuero. Yo llegué frente a él y me crucé de brazos sin llegar a tomar asiento en una silla, discutiendo internamente por dónde iba a comenzar. Al ver su mirada inquisitiva suspiré y empecé a hablar.

— Vale bien, no tengo la divina papaya, pero Volkov me llamó hasta a mí y me dijo que estaba usted desesperado por conseguir algún hilo del que tirar, y como sé que es viejo y le quedan dos telediarios me he dado toda la prisa que he podido para sacar algo jugoso —.

Me miró impasible, clavándome los ojos como navajas, inquietándome cada vez más, ¿qué cojones le pasaba al abuelo este?

— ¿Y bien? No tengo todo el día —respondió en un tono serio mientras tamborileaba sus dedos en la mesa.

Me estaba penetrando con la mirada tan profundamente que el aire lo sentía más cargado, la actitud que estaba adoptando hoy Conway me estaba poniendo de los nervios, estaba más apagado, con una voz demasiado calmada.

Sonreí ladinamente al ver que ignoró mi comentario sobre su edad, tratando de disimular lo extraño que notaba el ambiente.

— ¿Va a estar bien remunerado, no? —levanté levemente una ceja, él soltó un suspiro y se levantó con calma de su sillón, para luego caminar por la sala con ese paso raramente lento.

— Depende de lo que hayáis logrado averiguar. Ahora empieza y no me hagas perder el tiempo —.

— Vale, vale, perdón papu —levanté las manos irónicamente en signo de rendición— Bien, como se habrá dado cuenta hoy vengo solo, ya que Horacio se ha tenido que quedar ganándose la confianza de Emilio, ya sabe usted como es y los problemas que le dije que nos podría conllevar que fuera tan blando.

LET ME BURN ||internabo +18||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora