𝐄𝐋 𝐀𝐈𝐑𝐄 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐁𝐀 cargado de tensión en el set. Los actores se movían de un lado a otro, revisando sus guiones, ajustando vestuarios y preparándose para una de las escenas más complicadas de la película. Alessia, con el corazón acelerado, repasaba mentalmente sus líneas, sintiendo el peso de las expectativas sobre sus hombros. Malachi, a unos metros de distancia, no dejaba de observarla con una mezcla de concentración y desdén, ambos conscientes de la competencia feroz que los unía y los separaba al mismo tiempo.
Las luces se encendieron, las cámaras tomaron sus posiciones y el director dio la señal. La escena comenzó con una intensidad palpable, los diálogos fluyendo como si fueran parte de una sinfonía bien orquestada. Pero en medio de esa vorágine, un pequeño error, un tropiezo, hizo que Alessia cayera, interrumpiendo la fluidez de la actuación. El silencio que siguió fue ensordecedor, los ojos de todos clavados en ella, esperando su reacción.
Antes de que pudiera levantarse, una mano se extendió hacia ella. Era Malachi, su expresión suave, desprovista de la arrogancia habitual.
—¿Estás bien? —preguntó con una voz que solo ella pudo escuchar, una voz que escondía una preocupación genuina. Alessia asintió, sorprendida por el gesto.
—Gracias —murmuró, tomando su mano y levantándose con su ayuda. Sus miradas se cruzaron, y por un breve instante, todo el set desapareció, dejando solo a dos jóvenes que comenzaban a ver más allá de sus roles y rivalidades.
—De nada —respondió Malachi, esbozando una pequeña sonrisa antes de soltar su mano y volver a su posición. El director retomó la escena, pero algo había cambiado. La tensión seguía presente, pero ahora estaba teñida de una nueva comprensión, un atisbo de algo más profundo.
Alessia y Malachi retomaron sus posiciones, listos para continuar, pero ese momento fugaz quedó grabado en sus corazones, marcando el inicio de una historia que prometía mucho más que una simple rivalidad en el set.
Durante el descanso, Alessia se apartó del bullicio del set, buscando un momento de soledad. La presión de las expectativas, combinada con problemas personales que la agobiaban, finalmente había hecho una explosión en ella. Se sentó en un rincón apartado, las lágrimas fluyendo sin control. No esperaba que alguien la viera, pero Malachi, que había salido a tomar aire, la encontró en ese estado.
Aunque inicialmente no sabía cómo actuar, decidió acercarse. Con cautela, se sentó a su lado, sin decir una palabra. Su presencia silenciosa fue suficiente para que Alessia se sintiera menos sola. Después de unos minutos, Malachi le ofreció un pañuelo y, con una voz suave, le preguntó:
