𝐀𝐋𝐄𝐒𝐒𝐈𝐀 𝐒𝐄 𝐃𝐄𝐒𝐏𝐄𝐑𝐓𝐎́ con el primer rayo de sol que se colaba por la ventana. Había decidido levantarse temprano para tener tiempo de prepararse con tranquilidad. Hoy iba a desayunar en casa de su mejor amiga, Emilia, y no quería llegar tarde. Se levantó de la cama y, después de una ducha rápida, se puso una falda de mezclilla y un suéter ligero sobre una camiseta corta abajo, ya que el pronóstico anunciaba un día caluroso. Con cuidado, preparó su bolso con todo lo que necesitaría para el estudio, ya que iría directamente desde la casa de Emilia.
Antes de salir, bajó a la cocina para tomar un vaso de agua. Sus padres ya se habían ido a trabajar, así que la casa estaba en silencio, salvo por el suave ronquido de sus perritas que dormían en su cama. Se despidió de ellas con una caricia y un beso en la cabeza, cerró la puerta y salió a la calle. Hoy había decidido caminar hasta la casa de Emilia; solo eran seis cuadras y le vendría bien estirar las piernas.
Al llegar, Emilia le abrió la puerta con una gran sonrisa y un abrazo efusivo.
—¡Hola, Emi! —respondió Alessia, devolviendo el abrazo con igual entusiasmo.
Alessia notó un delicioso aroma en el aire y vio que Emilia estaba en la cocina, batallando con una receta de galletas.
—Estoy intentando hacer galletas, pero no es mi fuerte. Ya sabes que tú eres la cocinera experta aquí y yo la ayudante —confesó Emilia, riendo.
—No te preocupes, te ayudo —dijo Alessia, poniéndose manos a la obra.
Juntas, lograron preparar la masa y pusieron las galletas en el horno. Mientras esperaban, se sentaron a tomar un té y comenzaron a charlar sobre cualquier cosa que se les viniera a la mente. Fue entonces cuando Alessia decidió contarle a Emilia sobre su relación con Malachi.
—Emi, hay algo que quiero contarte —comenzó Alessia, con un brillo en los ojos.
—¿Qué pasa? —preguntó Emilia, curiosa.
—Malachi y yo… estamos saliendo —confesó Alessia, con una sonrisa tímida.
Los ojos de Emilia se agrandaron y un grito de alegría escapó de sus labios.
—¡No puedo creerlo! ¡Estoy tan feliz por ustedes! —exclamó, abrazando a Alessia con fuerza.
Las galletas estaban listas justo a tiempo para que los hermanos pequeños de Emilia se levantaran, seguidos de su madre. Todos se reunieron alrededor de la mesa y disfrutaron de un animado desayuno con las galletas recién horneadas. La conversación fluyó con facilidad y la risa llenó la casa.
