Capítulo 1. El regreso

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Paula

—Sabía que estabas aquí.

—Algunas cosas nunca cambian —doy una calada al cigarro liado. Apenas fumo, solo cuando estoy nerviosa y verlo a él, joder, me ha sacado de mis casillas. Se acerca a mí y me toma el cigarrillo de la mano, luego le da una calada y me lo devuelve.

—Nunca he entendido qué le encuentras a fumar.

—Sabes a cenicero —decimos los dos a la vez.

—Solo cuando estoy nerviosa.

—¿Qué te ha puesto nerviosa?

Miro al cortado que hay debajo de casa, ¿acaso no lo sabe? Volver me ha puesto nerviosa, ver a todo el mundo, que me miren, que sepan mi vida de pe a pa porque mi padre era muchas cosas, pero discreto no.

Y verlo a él. Por qué sigue siendo tan guapo, porque no ha perdido pelo, o se ha engordado o se le ha caído algún diente. Porque, joder. Porque lo abrazaría

Una muchacha, su hija según he visto en el funeral, se asoma al callejón.

—Papá, ¿nos vamos?

Él se vuelve y me mira.

—¿Tienes el mismo teléfono de siempre?

—No, lo cambié.

—¿Me lo das?

—No tienes para apuntar.

—Sabes que jamás olvido las cosas. Dímelo y tomamos un día de estos un café, si es que te quedas un tiempo.

—Sí. Tengo que ver el tema del despacho de mi padre.

—Quizá sería bueno que tú, ahora que..

—No sé. Duele estar aquí.

—¡Papá!

—Te llama tu hija.

—¿Me das el número?

—En la agenda de mi padre estará el tuyo. Si eso...

—Vale.

Se gira y se va hacia la entrada del callejón. Cuando nos escapábamos aquí para besarnos, el callejón era de tierra y mis padres enseguida sabían dónde había estado, porque acababa manchada. Siempre les gustó Jairo, aunque yo, al principio, odiaba ese nombre. Luego lo recitaba por las noches, en mi cama, como si fuera lo más maravilloso del mundo. Él siempre estuvo bien orgulloso porque había pasado de padres a hijos.

Apuro mi cigarro, ojalá pudiera sentir sus labios pero ya es demasiado tarde. La vida ha pasado devastando los sueños, sobre todo en los últimos años... Todo es distinto. El pueblo se ha modernizado, hay más gente, ya no los conozco a todos. Claro que hace más de diez años que no vengo. Ni siquiera cuando eran pequeños mis hijos. A mi marido no le gustaba y a ellos, que son chicos de ciudad, tampoco. Me han preguntado si les toca algo de dinero de la herencia del abuelo. Supongo que influidos por su padre. Y sí, sé que me quieren, o eso supongo, pero ellos llevan su vida.

Entro a la casa y vuelvo a poner mi máscara de chica buena, de esa chica que todos conocen. Es extraño que sepan todas las cosas que hice de cría y de joven y siento que, aunque hayan pasado tantos años, me conocen más que mis amigos de la ciudad.

Ellos no saben que la cicatriz que tengo en la ceja es por subirme a un árbol para coger higos, o que me gusta subir a la montaña, y gritar en la cima, o tampoco saben que perdí la virginidad con el hombre más guapo de todo el pueblo, uno de los pocos que era rubio y tenía los ojos azules y un nombre horrible.

Vuelta al HogarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora