Capítulo V.

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Adriana odiaba los aviones

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Adriana odiaba los aviones. Creía que estos eran anormales. No entendía cómo es que los humanos pensaban que era típico que ellos, tan mortales, pudieran montarse en una nave y se fueran al cielo. No, simplemente no. Estaban destinados a caminar, manejar autos o quizás navegar en barcos, aunque tampoco eran fan de estos últimos.

Por suerte —realmente no, es ironía— no viajarían al continente Europeo en avión. Pff, claro que no. ¿Cómo Adriana podría pensar que el campeón de Red Bull sería capaz de pasar 12 horas en un vuelo comercial en un aerolínea barata que solo servía puré de papas como almuerzo?

Max había pagado un jet privado. Tenía su propio piloto, una azafata, y un chef.

Adriana entreabrió su boca al verlo. Era casi más grande que su casa en Puerto Rico.

Penelope cogió su mano y la llevó consigo hasta la parte trasera del jet, donde había una cama y una TV. Adriana sonrió ante lo ridículamente espectacular que era ese jet.

Pero sus nervios la atacaron al recordar que, pese a que el interior se sintiera como una casa, en realidad seguía siendo un avión, y por ende, se elevarían metros sobre el cielo.

Mientras Penelope se acomodaba, ya acostumbrada a esos viajes en jets, Adriana se tomó una pastilla para los nervios, y otra para las nauseas.

—¿Quieres ver una peli? —preguntó Penelope saltando sobre la cama.

—Nada de brincar —Max regañó desde el marco de la puerta—. Luego se marea y comienza a vomitar —le habló a la pelinegra. Esta hizo una mueca. Debió haber pensando sobre su emetofobia antes de decidir ser niñera de una niña, cuando por todo vomitan.

—Sip, creo que mejor nos mantendremos tranquilas, ¿no, Penny? —Adriana se acercó a ella para detenerla en mitad de un salto.

—Estaré en frente, tengo algunas cosas que hacer y además me marea estar acostado. Nunca me acostumbro —dijo, mirando a su alrededor.

Adriana colocó Tinker Bell y Penelope se sentó. El jet despegó y las manos de Adriana comenzaron a sudar, al igual que su corazón comenzó a martillar sus tímpanos. Los minutos se hicieron eternos, y Penelope, pese haber estado disfrutando la película, se quedó dormida.

Perfecto. Ahora si se sentiría como una eternidad. Miró la película, pero a ratos su mirada se desviaba a la ventanilla.

El sol reflejado sobre el océano golpeaba su rostro, haciendo que sus mechones se vieran castaños en vez de negros. Las nauseas y el sudor aumentaron cuando vio todo azul y dorado. No había tierra, solo agua.

Genial. Ahora, si se estrellaban, cabía la posibilidad de sobrevivir, porque caerían en el agua. Pero, si sobrevivía, lo cual no estaba segura si querría, tendría que enfrentarse a estar a la deriva en mar abierto hasta que un tiburón blanco o una orca decidiera comérsela como merienda.

into you  🃖  max verstappen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora