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“Sé que si me dieran a elegir preferiría las peleas, los gritos y los polvos.”

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22 de Septiembre, 2025.
Londres, Inglaterra.

La suavidad de la brocha contra su pómulo derecho la hacía adormecer si llegaba a descuidarse un segundo, por lo que sus ojos clavados sobre su celular eran la mejor distracción del sueño que tenía en ese momento. Había pasado todo el día hablando con João en un intento de distraerse de los problemas que la rodeaban ahora en su actualidad y no había dudado en volver a resumir la conversación una vez la hora de la pasarela había llegado a su fin. Estaba ansiosa, quizás porque sabía que Enzo la llegaría a buscar en cualquier momento o quizás porque sabía que lo que estaba por hacer estaba mal, pero sentía un feo sentimiento en la panza que revolvía la poca comida que había ingerido con anterioridad y la asustaba con probables náuseas futuras. No quería explotar todo lo que le sucedía de manera anímica ni en su peor pesadilla.

Le dedicó una última sonrisa a su maquilladora seguido de un profundo agradecimiento y no dudó en dejar su celular a un costado tras darse cuenta de que su esposo no le contestaría más los mensajes. Quería pensar que se trataba de lo exhausto que solía estar tras los entrenamientos intensos del Barça y no otra especie de situación que podría preocuparla. Acomodó sus cabellos con cuidado, sin querer arruinar sus rulos hechos desde temprano para verse presentable a la hora de marcharse de allí con Enzo; aunque seguramente él se encargaría de deshacerlos lo antes posible. Una sonrisa escapó inevitablemente de sus labios tras su pensamiento intrusivo y, negando, retiró los accesorios que no eran de su pertenencia y lamentablemente no podría llevarse aún. Estaba cansada, no había dejado de ir de un lado al otro desde temprano sin saltarse ni siquiera sus horas de entrenamiento y realmente lo único que pasaba por su mente era poder tocar su cama después de tan largo día, pero nuevamente la ansiedad la atacaba y la intriga a dónde la llevaría Enzo era la mayor idea que abarcaba su cabeza.

—¿Agostina? Disculpa que te moleste… —Sus ojos se elevaron y fueron atrapados por los verdes que la observaban tímidos detrás de ella. Cyntia. —¿Podemos hablar?

—Eh, sí, estoy por irme pero no hay drama, decime. —Carraspeó, dejando el último arito sobre el tocador antes de girarse a verla frente a frente.

La veía dudosa de comenzar con lo que quería decirle pero tras unos segundos la pudo ver suspirar y acercarse lo suficiente como para apoyarse contra el tocador en busca de comodidad aún dándole la cara.

—Quería hablarte sobre ayer y como llegaste a casa de Enzo…

—Sobre eso, —La detuvo, sabiendo a donde iría con todo esto. —te quería pedir perdón. No tuve que llegar así a su casa y mucho menos sin avisar, es que toda la situación me tomó desprevenida y de mal humor, pero sé que no es excusa. —Suspiró, sabiendo que muy en el fondo no sentía ni media parte de su discurso. —Me alegra saber que está con alguien que lo quiere, así que no es por otra cosa que llegué a acercarme tampoco.

—No, no. Eso lo sé. —Asintió, dedicándole una pequeña sonrisa como para tranquilizar la situación. —Quería aclarar la situación, solo me había hecho ruido que supieras donde vivía, la confianza… No sé, me re hago la cabeza yo. —Rió por lo bajo, bajando su mirada hasta sus pies.

—Supuse que seguía viviendo en el mismo country que hace años, así que fui como si nada, perdón en serio. —Realizó una mueca. Lo único que realmente sentía era pena y hasta vergüenza de verla tan inhibida, hasta diría insegura. —Igual no sabía que vivían juntos. —Relamió sus labios, acomodándose en su silla como si no estuviera curioseando en la relación de su ex novio.

SANTA. | ENZO FERNÁNDEZ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora