CAPITULO 2 "El cuarto rojo"

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Resistí por todos los medios. Ello era una cosa insólita y contribuyó a aumentar la mala opinión que de mí tenían Jessica y Miss Abbot. Yo estaba imperativo, fuera de mí. Comprendía, además, las consecuencias que iba a aparejar mi rebeldía y, como un esclavo insurrecto, estaba firmemente decidido, en mi desesperación, a llegar a todos los extremos

-Cuidado con los brazos, Miss Abbot: el pequeño araña como una gato.

- ¡Qué vergüenza! - decía la criada-. ¡Qué vergüenza, joven Jimin! ¡Pegarle al hijo de su bienhechora, a su señorito!

- ¿Mi señorito? ¿Acaso soy un criado?

-Menos que un criado, porque ni siquiera se gana el pan que come. Ea, siéntese aquí y reflexione a solas sobre su mal comportamiento.

Me habían conducido al cuarto indicado por Mrs. Kim y me hicieron sentarme. Mi primer impulso fue ponerme en pie, pero las manos de las dos mujeres me lo impidieron.

-Si no se está usted quieto, habrá que atarlo -dijo Jessica-. Déjeme sus ligas, Abbot.

No puedo quitarme las mías, porque tengo que sujetarlo.

Abbot procedió a despojar sus gruesas piernas de sus ligas. Aquellos preparativos y la afrenta que había de seguirlos disminuyeron algo mi excitación.

-No necesitan atarme -dije-. No me moveré.

Y, como garantía de que cumpliría mi promesa, me senté voluntariamente.

-Más le valdrá-dijo Jessica.

Cuando estuvo segura de que yo no me rebelaría más, me soltó, y las dos, cruzándose de brazos, me contemplaron como si dudaran de que yo estuviera en mi sano juicio.

-Nunca había hecho una cosa así -dijo Jessica, volviéndose a la criada.

-Pero en el fondo su modo de ser es ese -replicó la otra-. Siempre se lo estoy diciendo a la señora, y ella concuerda conmigo. Es un niño de malos instintos. Nunca he visto cosa semejante.

Jessica no contestó, pero se dirigió a mí y me dijo:

-Debe usted comprender, joven, que está bajo la dependencia de Mrs. Kim, que es quien lo mantiene. Si lo echara de casa, tendría usted que ir al hospicio.

No contesté a estas palabras. No eran nuevas para mí: las estaba oyendo desde que tenía uso de razón. Y sonaban en mis oídos como un estribillo, muy desagradable sí, pero sólo comprensible a medias. Miss Abbot agregó:

-Y aunque la señora tenga la bondad de tratarlo a usted como si fuera igual que sus hijos, debe usted quitarse de la cabeza la idea de que es igual al señorito y a las señoritas. Ellos tienen mucho dinero y usted no tiene nada. Así que su obligación es ser humilde y procurar hacerse agradable a sus bienhechores.

-Se lo decimos por su bien -añadió Jessica con más suavidad-. Si procura usted ser bueno y amable, quizá pueda vivir siempre aquí, pero si es usted un mal educado y violento, la señora lo echará de casa.

-Además -acrecentó Miss Abbot-, Dios lo castigara. Ande, Jessica, vámonos. Rece usted, joven park, y arrepiéntase de su mala acción, porque, si no, puede venir algún coco por la chimenea y llevárselo.

Se fueron y cerraron la puerta.

El cuarto rojo no solía usarse nunca, a menos que en Gateshead Hall hubiese una extraordinaria afluencia de invitados. Era, sin embargo, uno de los mayores y más majestuosos aposentos de la casa. Había en él un lecho de caoba, de macizas columnas con cortinas de damasco rojo, situado en el centro de la habitación, como un tabernáculo. La habitación tenía dos ventanas grandes con las cortinas perpetuamente corridas. La alfombra era roja y la mesita situada junto al lecho estaba cubierta con un paño carmesí. Las paredes se hallaban tapizadas en rosa. El armario, el tocador y las sillas eran de caoba barnizada en oscuro. Junto al lecho había un sillón lleno de cojines, casi tan ancho como alto, que me parecía un trono.

blindness- KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora