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Habían pasado cuatro días desde que la casa de los Beltrán se había incendiado. El Profeta los alojó en un apartamento ubicado a las afueras del municipio y ya había dispuesto reconstruir su casa. Los carteles todavía estaban pegados en los postes y las puertas de las casas, pero a todo el mundo ya le daba igual. Pero a Sandra no le daba igual; caminaba pensativa, pero apresuradamente. Llevaba una mochila en la espalda que contenía un cuaderno con apuntes, dos bolígrafos, el cartel que le había enseñado a su madre y un trozo de carne por si le daba hambre.

Llegó frente a la casa y tocó el timbre. Una señora alta, obesa y con la cara llena de granos salió a recibirla.

-Buenos días –saludó Sandra – ¿estará Yulissa en casa?

-Sí, iré a llamarla.

Después de un rato Yulissa se apareció en la puerta. Se sorprendió al ver a Sandra en la puerta.

-¿Sandra? ¡Qué gran milagro!

-Si-si –respondió Sandra impaciente.

-¿Pasa algo? –preguntó Yulissa.

-Necesito hablar contigo.

Yulissa se sorprendió, conocía a Sandra desde hacía más de un año, pero nunca habían conversado más allá que simples charlas triviales, ni siquiera eran amigas. La conoció en el café donde trabajaba Sandra, tuvieron una pequeña discusión debido a la propina que Yulissa no le había dejado. Después de esa discusión pensó en dar una queja a su supervisor, pero no lo hizo al final. A la semana siguiente Yulissa volvió y le pidió perdón a Sandra por haberle levantado la voz. Sandra hizo lo mismo. Sin embargo eso nunca ocasionó que naciera más que una pequeña relación de mesera a comensal. Pero allí estaba, a la puerta de su casa diciéndole que quería hablar con ella. De verdad se moría de ganas de saber de qué. La dejó entrar y la llevo hasta su habitación.

Los rayos del sol penetraban en la ventana. Sandra caminaba en la habitación arrugando la cara da vez más.

-Bonita colección de Pokémon –comentó Sandra con sarcasmo-, no sabía que fuera permitido que lo tuvieran mayores de veinte años...

-Qué es lo que quieres Sandra –la interrumpió poniendo los ojos en blanco.

-Perdona. Creo que no pude evitar decirlo.

Se quedó callada mirando al suelo.

-¿Y...?

-Bien... iré directo al grano. Vine por el caso de Judith Beltrán.

Yulissa pestaño sin decir palabra alguna.

-¿Judith Beltrán?

-Sí, la chica que desapareció. A la que se le acusa de haber quemado la casa de sus padres y el inodoro del Profeta... Me hablaste una vez sobre ella ¿no recuerdas?...

-Sé quien es Judith Beltrán –se apresuró a hablar–, pero me refiero a que por qué vienes a mí a hablar de este tema.

-Porque eres la única persona a la que conozco que todavía tiene esperanza en algo...

-Uh... ya no sé si la tengo...

-No me digas que la has perdido.

-Creo que lo perdí el sábado pasado a eso de las diez de la mañana.

-¿Qué?

-Sandra, sigo sin entender por qué vienes a buscarme a mí para todo esto.

-Créeme, si hubiera otra persona que pudiera ayudarme además de ti la hubiera escogido mil veces.

-Ignoraré la ofensa, pero dijiste que "si hubiera otra persona que pudiera ayudarte" ¿Ayudarte a qué?

Sandra se sentó junto a Yulissa.

-Yo también conocí a esa chica. Y ella tenía algo que... no sé cómo explicarlo –hizo una pausa y después continuó diciendo-, su esperanza parecía estar fundada en algo vivo. Algo real. Tu la conociste también, deviste darte cuenta. Entenderás de lo que hablo.

-Si lo entiendo y concuerdo contigo. Pero no sé a qué quieres llegar con todo esto.

-Pues que Judith no es lo que nos hicieron creer estos días... ¿tú si lo crees?

Yulissa arrugó el entrecejo y después negó con la cabeza.

-Lo ves. Yo tampoco lo creo y no me creo nada del cuento de que ella huyó como una criminal...

-Pero ninguna de las dos la conocía tan bien para asegurar eso...

-Buen punto...

Respondió Sandra y después se quedó callada. Sin embargo a Yulissa la poseyó una emoción enorme. También quería saber la verdad, ya que albergaba dentro de ella la esperanza de que nada de eso fuera cierto. Quería una verdad que le diera paz, y la que ella había tomado no la dejaba dormir tranquila.

-Tienes razón –dijo Sandra mirando el cuadro que estaba colgado en la pared –. Quizás ella no era lo que yo creía... es solo que quería una esperanza para este podrido lugar. Ella pareció llevarlo consigo... pero quizás las cosas son como lo que son...

Se quedaron calladas. Sandra estaba por ponerse en pie cuando Yulissa dijo:

-Lo que dije no es cierto –Sandra la miró –, el día sábado salí con unos chicos de la iglesia. Se supone que eran los más espirituales de todos. Pero me invitaron a emborracharme después de hablar de las cosas de Dios. y las cosas de arriba y todo... salí de allí corriendo, y me encontré con la casa de Judith haciéndose pedazos. Si eso no fue suficiente al llegar a casa me enteré de todo lo que la gente dice que hizo. Y también me hice pedazos... creo que todos necesitamos a alguien que nos impulse a hacer algo, y tienes razón: Judith hablaba de cosas que todavía me siguen impactando. Y ahora no sé qué hacer. Esa luz se apagó...

-Bueno, tampoco estás tan mal –respondió Sandra –todavía estás haciendo las cosas de Dios.

-Esque es el punto, Sandra. Desde que el Profeta llegó con toda su doctrina nueva, y sus profecías y sus milagros, ya no sé lo que son las cosas de Dios. La he buscado pero creo que olvidé como hacerlo.

Sandra suspiró.

-No te culpo. Me pasa lo mismo. Yo detesto a ese hombre, si acaso se le puede encasillar en tal género.

Yulissa se rió.

-Y entonces... ¿nos olvidamos de todo esto y actuamos como el resto del mundo: como si nada hubiese pasado?

-Pues... si dejamos esto así creo que ya nunca podré dormir en paz –respondió Yulissa.

-¿Entonces te apuntas a buscar la verdad?

-Creo que sí.

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⏰ Última actualización: Jul 26 ⏰

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