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SANDRA

Eran las nueve de la noche y el café recién cerraba sus puertas. Sandra bajó los peldaños hasta llegar a la pequeña bodega. Tomó su mochila y comenzó a quitarse la gabacha y la camisa. Cuando Paula se apareció en la puerta ella infló las mejillas.

-eres una estúpida, Sandra ¿lo sabías?

Sandra la ignoró, mientras tanto sacaba una playera negra de la mochila.

-¡Qué, estás sorda!

Las otras chicas las miraban. Una de ellas se reía incitando a la violencia. Sandra levantó la mirada.

-No, Paula. No estoy sorda; pero tampoco estoy de humor para peleas.

Paula se acercó con los brazos cruzados, siguió con la vista todos los movimientos de Sandra y después soltó una carcajada fingida.

-¿A dónde vas tan rápido, Sandra? ¿a los rituales de tu madre?

Sandra se detuvo en seco. Lo que Paula había dicho la había ofendido de verdad y las otras chicas comenzaron a reírse.

-Por favor, cállate –pidió Sandra.

-Sí chicas ¿o no sabían? La mamá de Sandra hace rituales...

-Paula, te digo que te calles...

-Su madre adora al profeta haciendo rituales en el patio de su casa. Es una bruja loca...

Sandra no pudo contenerse más. Cerró el puño y le lanzó un golpe en la cara que la tumbó en el suelo. Salió a toda prisa de allí ignorando los aplausos de algunas chicas que creían que Paula lo tenía merecido.

Mientras caminaba hacia su casa pensaba en lo que había sucedido. Esa noche hacía un viento gélido. Lo cierto era que se sentía mal; muy mal por todo lo que había pasado. Había detestado golpearle la cara a Paula, aunque se lo mereciera. Detestaba ser ella, no podía creer que después de tanto seguía siendo igual de impulsiva. Había prometido no hacerlo más. Había prometido huir de las contiendas, pero parecía que las contiendas la buscaban a ella y no podía evitar ser la misma de siempre cada vez que pasaba. Detestaba ser ella misma. Había escuchado al profeta predicar sobre la defensa personal y sobre lo natural de la violencia pero ella no estaba de acuerdo: no podía aceptarse tal como era. Había algo dentro de ella que la movía a adiarse a sí misma.

Un fuete viento levantó la basura del suelo, y entre ellos llevó una hoja que fue a parar en el rostro de Sandra; antes de tirarlo leyó lo que decía: SE BUSCA. Por delito agravado. Judith Beltrán. Si se tiene información, acudir a la comisaría.

Sandra se detuvo bajo un poste de luz para ver mejor la fotografía. Conocía a una única Judith, y esa Judith no aparecería en un cartel donde se le buscaba como una criminal. Pero cuando la luz iluminó la fotografía Sandra quedó perpleja: era la única Judith que ella conocía. Llegaba semanalmente al café y se había vuelto su amiga, aunque casi no les daba tiempo de entablar una gran conversación. Pero no se le pasaba por la cabeza que una chica como ella pudiera estar en una nota como esa. Estuvo detenida allí como por diez minutos, después corrió hacia su casa puesto que la noticia le había provocado nauseas, y no quería vomitar a media calle otra vez.

Se detuvo frente a su casa: el patio estaba iluminado por la llama del fuego otra vez. después de lamentarse abrió la puerta y encontró a su madre observando el altar donde el fuego consumía un gallo degollado.

-¿OTRA VEZ MAMÁ?

Su madre la vio y le sonrió.

-Hija, hija. Esto nos traerá bendición, todo esto nos traerá bienes y prosperidad económica. El Profeta dijo que el gallo degollado haría eso.

-Ese profeta está loco.

-¿Qué dijiste, Sandra? –la madre la miró con ojos penetrantes.

-¿La semana pasada fue una rata y ahora un gallo...?

-Te diré una cosa Sandra: el profeta ha hecho muchos milagros y a salvado a este pueblo y a esta familia. Hemos sido testigos de sus maravillas y no tengo ninguna duda de que es un profeta enviado por Dios, por lo tanto no permitiré que hables de él de esa manera.

-Pero nada de esto es cierto. Todos te consideran una loca por esto.

-No tendrían por qué, a mi el profeta me dijo que hiciera esto. Y te guste o no Sandra lo seguiré haciendo.

Sandra la miró con preocupación, pero al darse cuenta que era en vano intentar hacerla cambiar de parecer prefirió preguntarle sobre el cartel.

-¿Sabes algo sobre esta chica? –le dijo extendiéndole el cartel.

La mujer le echó una rápida hojeada.

-La chica Beltrán. Claro que sí. Huyó hoy por la mañana. La muy idiota quemó el vehículo del profeta. ¡Ah! ¡Te aseguro que esa chica arderá en el infierno!

-¿Quemó el auto del profeta? –reaccionó incrédula.

-E intentó matar a sus padres...

-¡Qué...!

-Si, tal como lo oyes: quemó la casa de sus padres.

-¿Murieron?

-No, afortunadamente no estaban en casa. Habían salido a ver al profeta. El profeta salvó la vida del señor y la señora Beltrán. Que hija tan endemoniada engendraron.

-¿Pero por qué hizo todo eso?

-Todavía nadie sabe. Pero supongo que para una chica tan diabólica como ella no debe existir ninguna razón más que la locura, después de todo lo que hizo podemos estar seguros de que era una loca suelta.

Sandra estaba sorprendida por todo lo que había escuchado. Se dio media vuelta sin preguntar nada más y se dirigió a su habitación. Allí, se sentó frente al escritorio y sacó la hoja doblada. La extendió y la releyó una y otra vez. Después comenzó a pensar. Algo no andaba bien en todo esto. Era inaceptable que una chica como Judith hubiera podido hacer algo como eso. Debió tener una razón tan grande como para hacer semejantes atrocidades; ni siquiera ella se atrevería a tanto. Quedó tan absorta con todos estos pensamientos que ni siquiera se dio cuenta que se pasó dos horas sin moverse de donde estaba, pero terminó estas dos horas de reflexión con la seguridad de que algo andaba mal y que detrás de toda esa historia había algo más que sola una chica loca que quemó la casa de sus padres y el auto de un profeta al que muchos consideraban un mesías. Sandra no estaba dispuesta a hacerse de la vista gorda, tenía que hacer algo. Tenía que averiguar la verdad de todo. tenía que seguir las pistas hasta averiguar a dónde había ido Judith Beltrán y por qué había sucedido lo que había sucedido.

Widman Y Sus Mil Viajes Al UniversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora