La mañana brilló tenuemente cuando Clara se despertó, sintiéndose aliviada y descansada después de su extraordinaria experiencia con el espíritu de Miguel. Sin embargo, su paz duró poco. Apenas se había terminado de duchar y ataviado cuando una patrulla de la policía local se acercó lentamente por el camino polvoriento hacia la cabaña. Recorriendo suavemente las cortinas, Clara observó desde la ventana cómo dos agentes descendían del vehículo, con expresiones severas y miradas inquisitivas. Se acercaron al pórtico de la cabaña y llamaron a la puerta con cierta desesperación.
Clara, nerviosa y sintiéndose un tanto débil y angustiada por la súbita vista de los oficiales, abrió.
—¿Clara Cruz? —preguntó uno de los oficiales, un hombre alto, bigotón y robusto con una placa que indicaba su rango de agente de investigación.
—Sí, soy yo —respondió Clara, intentando mantener la calma. ¿Pasa algo?
—Necesitamos que nos acompañe a la estación para algunas preguntas —dijo el agente con tono autoritario.
Clara sintió un nudo en el estómago, pero tampoco tenía nada que ocultar. Así que asintió, tomó su bolso, su celular y las llaves de la cabaña; aseguró el cerrojo de la puerta principal y se dirigió al coche patrulla, consciente de las miradas frías y sospechosas de los agentes.
Camino la estación, no hubo cruce de palabras entre Clara y los oficiales. Cuando tomaron la carretera, ella, con la mirada cabizbaja y pensando en los argumentos que daría para explicar el descubrimiento del cuerpo de Miguel, desde el asiento trasero de la patrulla sólo contemplaba a través de la ventana los escasos árboles que adornaban la aridez del intranquilo paisaje.
Todo marchaba en silencio, hasta que repentinamente, el rechinar de una llantas llamaron su atención; giró a su izquierda para percatarse de los acontecido, viendo cómo una furgoneta vieja, concretamente una Jeep blanca, rebasaba con evidente prisa a la patrulla y aceleró. Los oficiales de policía no parecieron inmutarse y simplemente continuaron el camino sin si quiera efectuar expresión o comentario alguno. Clara los miró con sorpresa y preguntó al conductor si no haría nada al respecto de la violación de tránsito de la Jeep al rebasar peligrosamente en carril continuo. El agente bigotón la miró por el retrovisor, frunció el ceño y amablemente le pidió que guardara silencio y se ahorrará sus comentarios para cuando llegaran a la estación de policía.
Clara dibujó una enorme cara de injusticia, se molestó, cruzó los brazos y se acomodó en el asiento. De momento, mientras ella observaba el horizonte de la vialidad, a lo lejos notó como la puerta del copiloto de la Jeep se abría y del interior salía disparado un cuerpo vestido de blanco que cayó al asfalto y fue alcanzado y violentamente atropellado por la patrulla. Tras el ensordecedor estremecimiento de golpe y el rechinar de llantas de la patrulla tratando de evitar el golpe, Clara lanzó un aterrador grito, se tapó los oídos y cerró los ojos para no presenciar la desgracia.
Luego de unos instantes, con la respiración agitada y las piernas temblorosas, Clara sintió como la patrulla disminuyó su marcha y se orillaba al acotamiento. El copiloto, un agente joven y amable, descendió del vehículo, abrió la puerta trasera y tomó a Clara por el hombro, intentando calmarla:
—Señorita, tranquila... ¿Se encuentra usted bien? Será mejor que descienda del vehículo y tome un poco de aire fresco.
Clara abrió los ojos, bajó de la patrulla y clavó la mirada en el cofre, vio que todo estaba normal; no había golpe, no había Jeep, no había cuerpo atropellado y lo peor aún: los agentes no parecía estar sorprendidos por la comisión de algún delito acaecido, pero si bastante desconcertados con sus gritos y angustioso comportamiento.
Clara se sintió avergonzada, parecía que había vivido uno de esos episodios de delirio que había estado experimentando desde que salió de su apartamento en Ciudad Juárez. Miró a todos lados cómo buscando algo, el agente, extrañado, no le despegaba los ojos; de pronto, ahí estaba: otra cruz bajo el muro de contención, esta era grande y de color gris. El agente siguió mirándola con desconcierto, luego se volvió y sin desclavar la vista de ella, se acercó hacia la cruz y la analizó:
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Cruces
Mystery / ThrillerCada cruz a la orilla de una carretera es la voz de un alma dispuesta a hablar sobre su trágica muerte. Accidente, suicidio o asesinato, Clara Cruz posee el perturbador don de presenciar el fallecimiento de las personas.