4. Los juguetes de Pedrito

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El sol se asomaba por el oriente calentando e iluminando tenuemente el paisaje montañoso, al tiempo que Clara despertaba en la comodidad de su lecho. La tranquilidad del lugar contrastaba drásticamente con la turbulencia de los últimos días, pero Clara aún no podía sacudirse la sensación de inquietud. A pesar de haber sido exonerada y liberada, los eventos recientes habían dejado una marca indeleble en su mente. Sin embargo, estaba decidida a continuar disfrutando de su retiro y encontrar la paz que tanto necesitaba, esperando ya no tener ningún tipo de acercamiento..., al menos no con la policía.

Ya entrado el día, Clara decidió dar un paseo para despejar su mente. Caminó por el sendero que rodeaba la cabaña, disfrutando del aire fresco y del sonido lejano de un arroyo. La serenidad del entorno comenzó a calmarla, y por un momento, se permitió olvidar las recientes angustias. Pero mientras avanzaba por un camino más estrecho y solitario, notó algo extraño: una pequeña figura de pie al borde de un viejo camino adoquinado.

Clara se detuvo, entrecerrando los ojos para ver mejor. Era un niño, no más de ocho años, vestido con ropa anticuada y descalzo. El corazón de Clara comenzó a latir con fuerza. ¿Qué podría estar haciendo un niño, solo, por esos lugares?

—¿Hola? —dijo Clara, silenciosamente.

El niño no respondió. En lugar de eso, se quedó mirándola con una expresión triste y distante. Clara caminó unos pasos hacia él e insistió:

—¿Estás solo?

El niño estaba pálido, a decir verdad más de lo que un humano promedio lo estaría; permanecía parado ahí, sin apartarle la mirada ni un instante.

—¿Vives por aquí cerca? —murmuró Clara.

Ella se acercó un poco más, lentamente y sintiendo una mezcla de compasión y miedo. Tocó al pequeño por el hombro pero una frialdad incomprensible le orilló a soltarlo de inmediato. Los pelos de clara se erizaron y una mezcla de ansiedad y perturbación acometieron en su contra.

—¿Cómo te llamas? —preguntó ella, un tanto retraída.

—Pedrito —respondió por fin el niño: sus ojos brillando con lágrimas que no caían.

—¿Qué haces aquí, Pedrito? ¿Dónde están tus padres? —Clara se arrodilló para estar a su altura.

—¿Puedes ayudarme? —cuestionó el pequeño, serio y sin apartar la vista de ella.

—Por supuesto. ¿Estás perdido? No te preocupes, yo puedo ayudarte...

—¡Sí! Estoy perdido —interrumpió el niño.

Clara sintió un nudo en el estómago. De inmediato se puso de píe y retrocedió. Y como si se tratara de una película de miedo, el cuerpo del niño comenzó a transformarse frente a sus propios ojos: El niño se desvaneció al no poder mantenerse de pie; ya en el suelo, señaló hacia un viejo cactus que había crecido en medio del adoquinado y refirió:

—Me atropellaron: estaba jugando en la carretera adoquinada y no me vieron. Quiero volver a casa, pero no puedo encontrar el camino.

Clara se quedó aterrorizada. Presenció cómo la ropa del niño se desgarraba, dejando entre ver manchas de suciedad; la piel del rostro se le cortaron y la sangre comenzó a brotar de su nariz y boca. Para concretar la secuela de miedo, repentinamente su cuerpo se contorsionó drásticamente, permitiendo escuchar un crujir de huesos rompiéndose en pedazos: luego de que un jinete y su caballo galopando, mismos que increíblemente desaparecieron enseguida, atravesaran violentamente al pequeño.

—¡Ahí! Fue hace mucho tiempo —agregó el niño.

Claro se giró hacia donde señalaba, caminó en aquella dirección y casi le da un infarto cuando alcanzó a ver una pequeña, antigua y maltratada cruz de latón, misma que estaba ladeada casi hasta el piso.

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⏰ Última actualización: Aug 21 ⏰

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