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Dos años habían pasado desde el momento en que descubrimos mi embarazo. George y yo decidimos mantener todo lo más privado posible. La prensa apenas sabía de nuestra situación, y me mantuve casi en reclusión durante todo el embarazo. Habíamos tenido dos hermosos mellizos, Mia y Pablo Russell, quienes acababan de cumplir un año. Nuestra vida estaba centrada en ellos, pero también en mantener viva nuestra relación.

Estábamos en nuestro jet privado, dirigiéndonos a la primera carrera de la temporada. Los bebés dormían tranquilamente en sus cunas de viaje, sus pequeñas respiraciones llenando el silencio con un ritmo suave y constante. George y yo nos sentamos juntos, tomados de la mano, mirando a nuestros hijos con una mezcla de amor y asombro.

—No puedo creer lo rápido que crecen —dijo George, con una sonrisa tierna mientras acariciaba mi mano.

—Lo sé —respondí, devolviéndole la sonrisa—. Son perfectos.

George se giró hacia mí, sus ojos llenos de una mezcla de deseo y amor.

—Y tú también lo eres, Ale. —Su voz era suave, pero cargada de intención.

Sentí un calor recorrerme, una familiar corriente de deseo que no había sentido en mucho tiempo. George se inclinó y me besó, primero con suavidad, pero luego con una creciente urgencia. Mis manos se enredaron en su cabello mientras su lengua encontraba la mía en un baile apasionado.

—George... —murmuré entre besos—. ¿Y los bebés?

—Están dormidos —susurró, su voz ronca contra mi oído—. Tenemos tiempo para nosotros.

Su determinación y deseo eran contagiosos. Nos levantamos con cuidado, moviéndonos hacia la parte trasera del jet donde había una pequeña habitación privada. Cerramos la puerta, asegurándonos de que los bebés no se despertaran.

George me empujó suavemente contra la pared, sus manos explorando mi cuerpo con una urgencia contenida. Sentí su dureza presionando contra mí, y mis propios deseos se intensificaron. Comenzó a desabrocharme la blusa, sus dedos trabajando con rapidez y destreza.

—Te he echado tanto de menos, Ale —dijo, su voz baja y cargada de emoción.

—Yo también, George —respondí, sintiendo una mezcla de amor y lujuria.

Nuestros cuerpos se movieron en un ritmo familiar, desnudándonos con una eficiencia que solo venía de la práctica y la necesidad. George me levantó, mis piernas se enroscaron alrededor de su cintura mientras me llevaba a la cama. Nos tumbamos juntos, sus manos y labios recorriendo mi piel, encendiendo cada nervio.

—Eres increíble —murmuró mientras besaba mi cuello, sus manos acariciando mis pechos y bajando por mi vientre.

Sus dedos encontraron mi punto más sensible, y un gemido escapó de mis labios. George sonrió contra mi piel, sus movimientos precisos y llenos de experiencia. Sentí una ola de placer recorrerme, arqueando mi espalda mientras él continuaba explorándome.

—George... —gemí, mis manos enredándose en las sábanas mientras el placer se acumulaba.

No tardó mucho en desnudarse completamente y posicionarse entre mis piernas. Nos miramos a los ojos, y en ese momento, no había nada más en el mundo excepto nosotros dos. George se hundió en mí con un gemido profundo, y mi cuerpo lo recibió con una mezcla de placer y necesidad.

Nos movimos juntos, un ritmo familiar y frenético. Los sonidos de nuestros cuerpos chocando llenaban la habitación, y pronto nos perdimos en la sensación de estar juntos de nuevo. Cada embestida nos llevaba más cerca del borde, y finalmente, nos derrumbamos juntos en un clímax compartido.

Ella es mi hija - Carlos sainz-+18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora