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A la mañana siguiente, nos dirigimos al aeropuerto. George, siempre atento y cariñoso, jugaba con los niños en su jet privado mientras yo miraba por la ventana, sumida en mis pensamientos. El cielo despejado y el suave zumbido de los motores eran el telón de fondo de mi mente inquieta.

George se dio cuenta de mi silencio y se acercó, dejando a los bebés en sus asientos.

—¿Qué pasa? —preguntó suavemente, sus ojos llenos de preocupación.

Sacudí la cabeza y forzé una sonrisa. —Nada, solo estoy pensando.

Él no se dejó engañar. Me abrazó y me besó con ternura, sus labios cálidos contra los míos. —Mi amor, dime qué pasa. Puedes confiar en mí.

Suspiré, sintiéndome abrumada por la culpa y la incertidumbre. —Solo... hice cosas que me pesan ahora que soy madre.

George me acarició el rostro, su mirada llena de comprensión. —Mi amor, todos cometemos errores. Lo importante es aprender de ellos.

Me abrazó con más fuerza, sus palabras reconfortándome. —Ahora que lleguemos a Londres, tal vez podamos tener una cita, solo nosotros dos. Para recordar lo que somos, además de padres.

Asentí, agradecida por su apoyo incondicional. —Sí, me gustaría eso.

George sonrió y me besó nuevamente. —Ale, sea lo que sea que te atormente, me hiciste padre y eres una madre excelente. Estoy aquí para ti.

Llegamos a nuestra mansión en Londres y, al entrar, nos encontramos con un espectáculo abrumador: ramos de flores y regalos llenaban el recibidor. George apenas los miró, ocupado cargando a los bebés hacia su habitación. Me quedé atrás, observando el desorden de colores y paquetes.

De repente, Lola, la mujer que había sido casi una niñera durante toda mi infancia, se acercó a mí con una expresión preocupada.

—Princesa... se lo quité antes de que George lo viera —dijo, entregándome un sobre.

Abrí el sobre y leí la carta de Carlos. "Espero que los 15 ramos de flores puedan servir como una pequeña parte de la disculpa que te debo, y bueno, los demás regalos son para mis hermosos hijos. Espero que te gusten. En dos días viajo a Londres."

Justo en ese momento, George bajó las escaleras, mirándome con curiosidad.

—¿Quién lo mandó? —preguntó.

Me obligué a sonreír y mentí con naturalidad. —Mi padre y mi madre, ya sabes cómo son.

George me tomó de la cintura y me llevó a nuestra habitación. Una vez dentro, me besó con intensidad.

—Creo que necesitamos descansar un rato. Ya estamos en casa... —dijo con una sonrisa que no llegó a sus ojos.

Asentí, intentando relajarme. —Sí, por fin.

Sin previo aviso, George me empujó bruscamente hacia la cama. Su agresividad me sorprendió, pero no tuve tiempo de reaccionar antes de que se lanzara sobre mí, arrancándome la ropa con una urgencia que me asustó.

—Eres mía, Ale. Solo mía —susurró, su voz teñida de posesión mientras me penetraba con fuerza.

Cada embestida era brutal, y sus comentarios eran sucios y degradantes.

—Te gusta esto, ¿verdad? —jadeó, sus manos apretando mis caderas con fuerza—. Dime que te gusta, Ale.

—Sí, George... —mentí, intentando apaciguarlo.

Sus movimientos eran despiadados, su ritmo implacable. Sentía cada golpe con una mezcla de dolor y placer, pero el miedo y la confusión dominaban mis pensamientos.

Ella es mi hija - Carlos sainz-+18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora