III.

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Entré en el cuarto de Max en el motorhome, encontrándome con algo que todavía me parecía irreal

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Entré en el cuarto de Max en el motorhome, encontrándome con algo que todavía me parecía irreal. En sus brazos dormitaba la pequeña Ivy, vestida con un pijama rosa claro que resaltaba todavía más su tez blanquecina.

–Llegas tarde –anunció poniéndose en pie, entregándome a Ivy tan rápidamente que parecía que le quemaba en las manos.

Me mordí la lengua, intentando controlar mis ganas de insultarle. Quería tener el día en paz, a pesar de que moría por decirle lo estúpido que era.

–¿Cuánto hace que comió? –pregunté antes de que pudiese salir corriendo del cuarto.

–No lo sé... hace un rato –respondió de manera despreocupada, como si aquello no tuviese ni la más mínima importancia.

–¿Eres imbécil? –mi pregunta hizo que se voltease, con las cejas arqueadas y los labios entreabiertos por la sorpresa.

–¿Perdón?

–Eres un auténtico gilipollas –afirmé esta vez, mandando a la mierda mi autocontrol. Era imposible que lo tuviese con él cuando era la persona más irresponsable que había conocido en mi vida. La personita que tenía en mis brazos lo confirmaba. –¿Es tan difícil que apuntes las horas de cada puta toma? ¿Estás demasiado ocupado para hacerlo o es que simplemente te importa una auténtica mierda tu propia hija?

–Ni siquiera sé si es mi hija...

–¡Pero es un bebé, Max! ¡Es un maldito bebé que te necesita para sobrevivir! ¿Es que no tienes ni una pizca de corazón?

Mi autocontrol se esfumó por completo al ver su pasividad. ¿Qué clase de persona se comportaba así con su propia hija?

–¿Sabes? Déjalo... –dije al ver cómo intentaba encontrar las palabras para responder. –Ya me encargo yo. Métete en tu puto monoplaza, ya que eso es lo único que te importa...

–¿Por quién me tomas?

–¿Por un puto capullo? –dije como si fuese lo más obvio del mundo. –Acepta tu nueva vida, Max. Ahora tienes una hija que depende de ti para absolutamente todo. Deja de ser un maldito crío y empieza a comportarte como un adulto. Si has sido tan machote para hacerla, acepta las consecuencias, porque Ivy no tiene la culpa de nada.

Fui yo misma la que empujó su espalda, obligándole a salir de sala, cerrándole la puerta en las narices nada más largarse. La pequeña Ivy se movió en mi brazos, probablemente por el ruido que había hecho el portazo.

–Tu padre es un imbécil por no quererte, cielo... –susurré dejando que rodease mi dedo con su manita antes de volver a quedarse dormida. –Ya se dará cuenta de lo tonto que es...

Al menos aquello era lo que deseaba. Max me importaba una auténtica mierda, pero Ivy no se merecía esa indiferencia por su parte. Ella no había pedido venir a este mundo. Tan solo era una víctima más de los estúpidos de sus padres.

The Babysitter | Max VerstappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora