Encuentro obligado

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El eco de los pasos resonaba en el vasto vestíbulo de mármol de la mansión de la Torre. Alejandro de la Torre, un magnate imponente y severo, esperaba junto a un hombre de porte militar que irradiaba profesionalismo. La puerta de la oficina se abrió y Valeria de la Torre entró con la elegancia despreocupada de alguien acostumbrado a ser el centro del universo.

—Valeria, quiero presentarte a Diego Silva, tu nuevo guardaespaldas —anunció Alejandro, cortando el aire con su voz autoritaria.

Valeria ni siquiera alzó la vista de su teléfono. 

—Papá, ya te dije que no necesito un niñero —respondió con un tono cargado de ironía.

Diego la observó, su entrenamiento militar impidiéndole reaccionar a la grosería. Valeria finalmente levantó la mirada, sus ojos verdes chispeando con desafío.

—Encantada, Diego —dijo, sin un ápice de sinceridad.

—El placer es mío, señorita de la Torre —respondió él con una inclinación de cabeza, su voz firme y profesional.

Alejandro frunció el ceño. —Valeria, esto no es opcional. Las amenazas son reales y necesito saber que estás a salvo.

Ella suspiró, cerrando su teléfono con un movimiento exagerado. —Está bien, papá, lo que tú digas. —Luego, se giró hacia Diego—. Pero no pienses que voy a seguir tus órdenes.

Diego esbozó una leve sonrisa. —No espero que lo haga, señorita de la Torre. Solo espero que esté viva para ignorarlas mañana.

Valeria soltó una carcajada. —Al menos tienes sentido del humor. Veremos cuánto te dura.

Diego mantuvo su mirada firme. —Lo suficiente, espero.

El día continuó con la rutina habitual de Valeria, ahora acompañada por Diego. Cada movimiento que él hacía, cada recomendación que daba, era respondida con una réplica sarcástica o una mirada de desdén.

—Señorita de la Torre, le recomiendo que evite las ventanas en lugares públicos hasta que sepamos más sobre estas amenazas —dijo Diego mientras caminaban hacia su coche.

—¿De verdad, Diego? ¿Quieres que viva en una burbuja? —respondió ella, abriendo la puerta del coche antes de que él pudiera hacerlo.

—Solo quiero que viva, señorita.

Valeria soltó una risa seca. —Tienes una manera encantadora de hacer tu trabajo, ¿verdad?

Diego se limitó a sonreír mientras se dirigía hacia el asiento del conductor. El trayecto hacia el edificio de oficinas de Valeria transcurrió en un tenso silencio. Ella seguía ignorando sus recomendaciones, pero él no dejaba de estar alerta.

Cuando llegaron, Diego abrió la puerta del coche y Valeria salió con su usual gracia. Mientras caminaban hacia la entrada, él mantuvo su mirada recorriendo el entorno, atento a cualquier señal de peligro.

—Diego, ¿por qué un exmilitar como tú aceptó este trabajo? —preguntó Valeria, rompiendo el silencio con un tono que sugería más curiosidad que burla.

—Protección personal es un trabajo desafiante y gratificante —respondió él, repitiendo la línea que sabía que sonaba bien.

—¿Gratificante? —repitió ella, arqueando una ceja—. ¿Salvar a princesas en peligro te hace sentir un héroe?

Diego se detuvo y la miró directamente a los ojos. —Solo si las princesas cooperan.

Valeria rió de nuevo, una risa genuina esta vez. —Buena respuesta. Pero no te acostumbres a que coopere.

Antes de que Diego pudiera responder, llegaron a la entrada del edificio. Un guardia de seguridad les abrió la puerta y saludó a Valeria con respeto. Mientras ella avanzaba, Diego se quedó unos pasos detrás, observando cada rincón.

La reunión de Valeria duró más de dos horas. Diego la esperó en la recepción, siempre alerta. Su mente no dejaba de analizar posibles amenazas y escenarios de riesgo. Sabía que la situación era más peligrosa de lo que Valeria quería admitir.

Cuando finalmente salió de la reunión, Valeria parecía cansada pero satisfecha. Diego la escoltó de vuelta al coche y, una vez que estuvieron en camino, ella dejó escapar un suspiro.

—¿Ha habido algún avance con las amenazas? —preguntó Valeria, esta vez con un tono más serio.

Diego asintió. —Hemos rastreado algunos de los mensajes, pero aún no hemos identificado a los responsables. Estamos trabajando en ello.

Valeria asintió, mirando por la ventana. —Confío en que lo resolverás, Diego. Mi padre habla muy bien de ti.

Diego se sorprendió. No esperaba un elogio, y menos de Alejandro de la Torre, un hombre conocido por su exigencia y frialdad.

—Agradezco su confianza, señorita de la Torre.

Valeria giró la cabeza y lo miró directamente. —Llámame Valeria. No soy tan formal como mi padre.

Diego asintió, pero sabía que debía mantener cierta distancia profesional. Sin embargo, esa pequeña interacción fue suficiente para que se diera cuenta de que había más en Valeria de lo que parecía a simple vista.

De regreso a la residencia de los de la Torre, Diego revisó la seguridad del lugar. El equipo de vigilancia estaba atento y bien coordinado, pero Diego sabía que no podía bajar la guardia. Se dirigió al despacho de Alejandro, donde el magnate lo esperaba.

—Diego, ¿cómo estuvo la reunión de Valeria? —preguntó Alejandro, sin levantar la vista de los documentos que revisaba.

—Sin incidentes, señor. Todo estuvo bajo control —respondió Diego.

Alejandro asintió, satisfecho. —Buen trabajo. Valeria puede ser obstinada, pero confío en tu capacidad para protegerla.

Diego hizo una pequeña inclinación de cabeza antes de salir del despacho. La noche caía sobre la ciudad y sabía que el verdadero trabajo apenas comenzaba. Su instinto le decía que las amenazas no eran simples advertencias. Había algo más grande y peligroso acechando en las sombras.

Esa noche, mientras recorría los pasillos de la mansión, Diego se encontró con Valeria en el jardín. Ella estaba sentada en un banco, mirando las estrellas. A pesar del lujo que la rodeaba, en ese momento parecía increíblemente sola.

—¿Diego? —llamó Valeria, al notar su presencia—. ¿Alguna vez te has sentido atrapado en una vida que no elegiste?

La pregunta lo tomó por sorpresa. Diego se acercó y se sentó a una distancia respetuosa.

—Sí, lo he sentido —admitió, mirando las estrellas junto a ella—. Pero siempre hay formas de cambiar nuestro destino.

Valeria sonrió, una sonrisa triste que iluminó su rostro por un momento. —Supongo que tienes razón. Solo que a veces parece más fácil decirlo que hacerlo.

El silencio cayó entre ellos, pero no era incómodo. Diego sintió una conexión inesperada con Valeria. Sabía que debía mantenerse profesional, pero en ese momento, ella no era solo su cliente. Era una persona enfrentando sus propios demonios, igual que él.

La tranquilidad del momento fue rota por el sonido de su teléfono. Diego lo sacó rápidamente y vio un mensaje de alerta de su equipo de seguridad. Una amenaza concreta había sido detectada cerca de la residencia.

—Tenemos que entrar —dijo Diego con firmeza, levantándose.

Valeria lo miró, alarmada, pero asintió. Juntos, se dirigieron de vuelta a la mansión, conscientes de que la calma había sido solo temporal. El peligro real estaba a punto de desatarse, y Diego sabía que no descansaría hasta asegurarse de que Valeria estuviera completamente a salvo.

Mientras cerraba las puertas tras ellos, Diego no pudo evitar mirar a Valeria. Sus caminos se habían cruzado en circunstancias difíciles, pero sentía que, de alguna manera, estaban destinados a enfrentarlas juntos. La batalla apenas comenzaba, y Diego estaba decidido a ganar. No solo por su deber, sino por la mujer que había empezado a despertar algo profundo dentro de él.

El guardaespaldas (ACABADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora