Convivencia | Capitulo 6

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Pocas cosas en este mundo distraían a John. Solo una vez se había permitido desconcentrarse de su trabajo, y aquello terminó en tragedia. Fue en un verano del '93, acababa de cumplir 29 años cuando fue enviado a eliminar a la mano derecha de Viggo, un antiguo sultán despojado de su herencia décadas atrás. ¿Su peor error en vida? Traicionar a Viggo con uno de sus peores enemigos, vendiéndole rutas de tráfico a cambio de... nada. Aquello enfureció aún más a Viggo, porque Qabus ni siquiera lo hizo por dinero; solo quería joderlo, y Viggo planeaba devolvérselo.

El plan era simple: infiltrarse en la fiesta de cumpleaños de la hija de Qabus y matarlo en la primera oportunidad en que estuviera completamente solo. Esa era su idea. A pesar de ser un asesino, John era un hombre de principios y consideraba que matarlo frente a su familia sería demasiado cruel. Pero aquella noche se permitió hacer lo que siempre se prohibía: distraerse. La hija mayor del sultán, una mujer alta, esbelta, de piel morena clara, labios gruesos y piernas largas y tonificadas, vestida con un traje tradicional, conversaba junto a su pequeña hermana. John pensó en ese momento que era la mujer más hermosa que había visto.

Si no se hubiera quedado mirándola tanto tiempo, se habría dado cuenta de que el sultán estaba solo, fumando un cigarro tras los muros del show. Debía haber estado concentrado, ser más rápido. Solo se dio cuenta de su error cuando la bala, destinada al sultán, impactó a la más pequeña de sus hijas, matando a ambos al instante. Fue uno de los crímenes que más lamentaba. A pesar de que Viggo lo felicitó por matar "a su pequeño tesoro" para mostrar a sus enemigos de lo que era capaz, para John quedó como una cicatriz. Su tatuaje "Fortis Fortuna Adiuvat" cobró otro significado. La fortuna no favorece a los más fuertes, sino a los asesinos, aquellos que pueden ensuciarse las manos de sangre por algo tan banal como una venganza ajena.

John nunca mostró debilidad al mundo, solo a sí mismo. Era un hombre callado y experto, lo suficientemente humilde para reconocer sus defectos y lo suficientemente ambicioso para saber que, a pesar de ellos, no perdía el control. La directora le había enseñado que las mujeres eran mucho más problemáticas de lo que valían, y cuanto más hermosas, más posibilidades de hacerle la vida un infierno. Pero, como aquella noche, comenzaba a distraerse nuevamente por una mujer.

Belle. Su nombre le hacía justicia. Había pasado mucho tiempo criticando a sus compañeros de guardia por ser débiles ante las mujeres, y ahora él mismo se estaba convirtiendo en uno de esos animales lascivos que tanto despreciaba, y eso lo enfurecía. La primera vez que la vio, supo que había usado mal el término "la mujer más hermosa". Ella era una divinidad que jugaba en la tierra, inspirando pasiones. Durante tres malditos días la había estado observando, cuestionándose a sí mismo cómo es que sus ojos podían ser reales: grandes y dorados, casi brillando a la luz del sol. Su cuerpo denotaba un cuidado extremo, cada detalle, cada centímetro de su piel hidratada con aroma a frutilla y flores silvestres. Un par de pechos de esos que puedes desplazarte sin necesitadas de saber los bordes, de esos que no te caben en la mano. Quería saborearla. Y esa boca... No era la boca de una santa, ni de una joven inexperta que necesita ser protegida, era la boca de una pecadora.

John no era el tipo de hombre que fantaseaba con una mujer, sobre todo porque nunca nadie había inspirado tales pensamientos en él, y sabía que eso estaba mal, muy mal. Además, ella estaba en su apartamento, durmiendo bajo el mismo techo, recostada en las sábanas donde él ya había dormido varias veces, y donde su olor quedaría impregnado para siempre. Su moral estaba en contradicción; tal vez era su deseo de follarla o solo quería estar con alguna otra mujer, quizás era eso, se justificó.

Dejó su taza de porcelana sobre la superficie de la cafetera, lo que hizo que automáticamente el café caliente descendiera en un pequeño hilo de sabor y vapor concentrado, llenando el alrededor con su cautivador aroma a tostado. Sus brazos, marcados por cicatrices y con algunas venas sobresalientes, reposaban firmes sobre la encimera de la cocina, de mármol blanco, mientras observaba el sol filtrarse por la ventana, proyectando un cálido resplandor sobre los azulejos. A pesar de tener un leve dolor de cabeza matutino, se sentía completamente descansado y lleno de energía; había dormido profundamente aquella noche. El sonido de la lluvia cayendo a torrentes y chocando contra las enormes ventanas debió haber ayudado.

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⏰ Última actualización: Jul 27 ⏰

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