Me acerqué a mi banco justo cuando el recreo había terminado.
Usualmente, a esa hora la chica misteriosa me dejaba cartas.
Esta vez no fue la excepción.
Era un papel del tamaño y grosor de un dedo.
Aléjate de Fiore.
Tragué saliva. Mi piel temblaba mientras me ponía más blanco de lo que ya era.