𝐗𝐗𝐗𝐈. 𝐖𝐡𝐨'𝐬 𝐀𝐟𝐫𝐚𝐢𝐝 𝐨𝐟 𝐋𝐢𝐭𝐭𝐥𝐞 𝐎𝐥𝐝 𝐌𝐞

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3 de enero, 1978

Las vacaciones de navidad podían darse por finalizadas.

En la estación de Kings Cross, los estudiantes de Hogwarts maniobraban para pasar inadvertidos entre los muggles y llegar a la plataforma 9 ¾ donde el tren esperaba partir a las 11:00.

Sirius se dio cuenta de la intranquilidad de Priscila, parecía más ansiosa que de costumbre, mordiéndose las uñas de las manos y mirando hacia todos lados, arrastrando su baúl.

— Puedo llevarte eso —le dijo arrancándoselo de las manos. Rio, apurando sus propios pasos para alcanzarla nuevamente—. ¿Qué tanto traes? Fueron 15 días, nada más.

— Damelo. No te pedí que me lo lleves —respondió de mala gana, con el ceño fruncido puesto en Sirius. Él volvió a reírse y le dio un beso ruidoso en la mejilla, logrando que ella sonría sonrojada y que James le pegara una palmada en la nuca al pasar. Su mejor amigo aceptaba lo que pasaba entre Sirius y Priscila, pero no quería verlo realmente. Lejos de enojarse, Sirius, corrió hacia James y también le beso una de sus mejillas.

— Bien. Deberíamos buscar a Remus, seguro ya está en algún compartimiento.

Sirius asintió y estiró su mano a Priscila, ofreciéndola para que entrelazara sus dedos. Sin pestañar, o respirar, Priscila la observó y luego a su alrededor. La plataforma estaba llenísima. Todos los mirarían, todos hablarían. Tal como lo hicieron sobre la fiesta de navidad de Slughorn. ¿Qué era lo peor...? Razonó. Sus amigas no habían respondido ni una de sus cartas, y tampoco le agradecieron los regalos que Priscila les envió (ni hablar de que no recibió ninguno de parte de ellas). Ya todos sabían sobre Sirius, ¿qué esperaba? Si lo besó en la fiesta, en el medio de la pista.

¿Por qué lo hizo? Se dejó llevar.

No estaba bien. Nada bien. Y menos que bien cuando su cabeza tenía la manía de presentar un par de ojos verdes decepcionados a cada rato. ¿Por qué le importaba? Toda su vida la llamó traidora, ¿por qué la última vez sigue resonando y resonando? ¿Por qué le había dolido? Con Regulus, serían siempre preguntas sin respuestas. Todo incierto. Regulus Black era la agonía de su espíritu tan curioso.

Pestañeó, carraspeó. Salió de su cabeza.

— Yo no... yo no viajo con ustedes —le dijo a Sirius, viendo como la mano estirada se retraía.

Sirius parecía confundido.

— Tengo amigas y soy Prefecta, tengo cosas que hacer —explicó. Aunque ya no creía tener amigas y odiaba hacer las rondas.

— Es verdad —le dijo él no muy convencido.

Le sonrió, inocente, colocándose la insignia de prefecta en el suéter color ciruela que llevaba puesto. Besó a Sirius en la mejilla y tomó nuevamente su baúl para alejarse apurada hacia el vagón designado a los prefectos; decorativo, ya que ninguno de ellos suele usarlo.

Estaba sola. Allí podría pensar.

Y vaya que tendría horas para hacerlo.

Además de la señora del carrito de los dulces, solamente una persona más golpeó la puerta del compartimiento de Priscila. Un niño de Ravenclaw que ella no conocía realmente. Solo de vista. Saludó con una sonrisa orgullosa y le entregó una carta, después de presentarse atropelladamente y decirle lo importante que era para él el estar hablando con la prefecta de su casa.

Si tan solo supiera que no era nada más que una fracasada...

''Señorita Potter, me gustaría hablar con usted en mi despacho inmediatamente llegue al castillo de Hogwarts, antes del banquete de bienvenida. Atte: el profesor Filius Flitwick, jefe de la casa Ravenclaw''.

𝐉𝐮𝐝𝐚𝐬  | Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora