Samr

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En la penumbra de una ciénaga que exudaba un ocre edor tan denso que parecía palpable, Sámr despertó. El sabor amargo y terroso del barro llenaba su boca. Al abrir los ojos, lo primero que vio fue el sombrío paisaje que lo rodeaba, árboles podridos emergían del lodo, sus troncos retorcidos y corroídos, cubiertos de musgo y hongos, con ramas que parecían manos fantasmales extendiéndose hacia el cielo gris.

El aire era denso y opresivo, lleno de una neblina baja que se movía como si tuviera vida propia, sin dirección fija. El silencio era interrumpido solo por el ocasional chapoteo de alguna criatura oculta en el barro. La oscuridad reinante le daba al lugar un aura siniestra, casi tangible. La humedad calaba hasta los huesos, y la pesadez del ambiente dificultaba cada respiración.

Mientras se levantaba, recuerdos amargos inundaron su mente. Vio a su amada, en su lecho de muerte. Su piel, antaño vibrante y llena de vida, ahora pálida y fría. Su aliento, que una vez susurraba palabras de amor y consuelo, Pagado eternamente. Sámr estaba a su lado, impotente, viendo cómo la vida se había escapado de su cuerpo. Sentía una mezcla de dolor y furia, incapaz de haberla salvado, incapaz de luchar contra el destino que la había reclamado. El grito desgarrador de su alma resonaba en el silencio de su mente.

De repente, un zorro apareció delante de Sámr. Sus ojos brillaban con una inteligencia inusual. El animal lo miró fijamente y, contra toda lógica, habló.

—¿Qué es lo que deseas?

Sámr, con voz ronca y llena de amargura, respondió.

—Deseo la muerte. He sido uno de los guerreros más fieros, pero menos reconocidos del reino de los vivos y los muertos. Es mi hora...

El zorro se echó a reír, un sonido extraño y desconcertante en medio de aquel paraje lúgubre.

—Eso es imposible —dijo el zorro— A Asgard le conviene que sigas vivo, luchando en el olvido.

La ira brotó en el corazón de Sámr, y con una intensidad creciente, exigió.

—Deseo morir.

El zorro, aún sonriendo, negó con la cabeza.

—Ni siquiera eso te concederán los protectores de asgard. Pero puedo hacerte una propuesta. Te llevaré al mismísimo Asgard, para que enfrentes a los dioses. Si alguno de ellos decide darte muerte, así será... pero sufriras.

Sámr, sintiendo una chispa de fría esperanza, aceptó. El zorro, con un gesto, abrió un portal a Asgard, y juntos cruzaron al reino de los dioses.

Asgard resplandecía bajo un cielo dorado, sus torres altas y majestuosas brillaban con la luz del sol eterno. Los colores vivos y los sonidos armoniosos contrastaban fuertemente con la ciénaga de donde Sámr había venido. Pero Sámr no estaba allí para disfrutar de la belleza de aquel lugar. Fue recibido por los mismisimos protectores, los dioses mismos y sin mediar palabra, en un abrir y cerrar de ojos, empezó la batalla.

Thor, con su martillo Mjölnir en mano, se adelantó confiado, sus ojos azules chispeando con furia al ver a un simple mortal pisar terreno sagrado. Sin mediar palabra, atacó con la fuerza de una tormenta. Mjölnir se movió con la velocidad del rayo, pero Sámr, con una agilidad sorprendente, esquivó el golpe y contraatacó. Con un movimiento rápido y preciso, hirió a Thor en el costado, derribándolo y dandole muerte hundiendo su espada en la nuca del dios del trueno. La tierra tembló cuando el dios del trueno cayó.
Odín sorprendido, se lanzó con su lanza Gungnir. Su ojo sabio y penetrante parecía ver cada movimiento antes de que ocurriera. Atacó con una precisión mortífera, y la batalla fue ardua y feroz. Sámr, fue herido en múltiples lugares, soportó el dolor y la pérdida de sangre que le producía cada corte, con un grito de desafío arremetiócon su hombro al dios haciendole perder el equilibrio, logró herir a Odín en el pecho con una segunda carga, esta vez, alzando su mísera espada haciéndole caer de rodillas bomitando su propia sangre y derribándolo, ante la mirada atónita de los demás dioses.

Freyja, la diosa de la guerra y el amor, se enfrentó a él con una gracia letal. Sus movimientos eran rápidos y fluidos, y cada golpe era tan bello como mortal. Sámr, casi agotado, encontró fuerzas dentro de sí para luchar, su rapidez no era nada  Comparada con su desesperación  y un giro inesperado, mas propio de una bestia que de un hombre, desestabilizo a Freyja y, la corto la cabeza, una ramita de muérdago que adornaba su cabello se desprendió y cayó en las manos de Sámr.

Heimdall, el guardián del Bifröst, se unió a la contienda furioso. Con su espada resplandeciente, atacó con una fuerza y precisión increíbles. La lucha fue intensa, con Sámr esquivando  dolorido y contraatacando a cada movimiento de manera pesada. Finalmente, logró herir a Heimdall por debajo de la axila cuando este se alzó a lanzar un golpe descendente, haciendo que el dios cayera de rodillas desangrandose antes de desplomarse.

Balder, el dios de la luz, cuya piel era invulnerable a cualquier herida, se unió a la batalla desesperado. Pero Sámr, alzó la ramita de muérdago, el único material capaz de herir a Balder, y se lo calvo en un ojo llegando al cerebro.

Njord, el dios del mar, intentó detener a Sámr con una fuerza que evocaba las poderosas olas del océano. Pero Sámr, con su indomable determinación, hizo frente cada golpe de Njord y, con una combinación de fuerza y desesperación, ganando metros con cada paso para llegar al dios que referencia
Lejana el temor en su rostro y de una estocada lo derrotó también.

Uno a uno, los dioses cayeron. Tyr, el dios de la guerra, Bragi, el dios de la poesía y la música, y Sif, la diosa de la tierra, todos sucumbieron ante la furia y el poder de Sámr. Cada batalla dejaba a Sámr más herido, más exhausto, pero su determinación nunca flaqueó.

Finalmente, tras derrotar a todos los dioses, Sámr, cubierto de sangre y heridas, regresó a la ciénaga. El zorro lo esperaba, observando su regreso con una mirada de oscura  satisfacción.

Pero esta vez, el panorama era diferente. Junto al zorro, la figura sobria de su amada, yacía en el barro, su rostro reflejaba el dolor de su muerte. El zorro rió de nuevo mientras la imagen desaparecía, esta vez con un eco burlón que resonó en el alma de Sámr.

—Ya los has matado —dijo el zorro— ¿Qué deseas ahora?

Sámr, con una sonrisa amarga, respondió.

—No, falta uno.

Con un movimiento rápido y certero, lanzó una daga al zorro. El animal, sorprendido, se transformó en Loki, el dios embaucador. Loki, herido de muerte, cayó al suelo de la ciénaga emitiendo un chapoteo sordo.

Sámr, ahora libre de su carga, miró al cielo y, con su último aliento, gritó con rabia.

Cayó muerto en el barro de donde había despertado, su misión cumplida, su alma finalmente en paz.

Lamentó pensar en que aun quedaban aquellos que le habían obligado a tomar ese camino, dejando sola a su hija Yadra.

Poco a poco su mundo se apagó, un olor metálico rodeo todos sus sentidos, un momento después, estaba junto a un bebé con cabellos del color de la sangre.

—Hola hija.

Yadra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora