Unos compañeros de la orquesta.

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El resto del día me la paso mirando los tontos (demasiado, en serio) programas que pasan en la TV, esperando con ancias que den las seis para que Giselle llegue y así poder preguntarle que le ha dicho Sebastián.

La verdad es que, aunque haya dicho que no me importaba, moría de nervios por lo que él hubiera dicho. Así que sí, menuda estúpida que soy.

Me detengo en un programa, que después de todo, me resulta un tanto entretenido... Trata sobre unos tipos que hacen pasteles, fantásticos a decir verdad. Han hecho uno con forma de perro, demasiado real para mi, y con solo mirarlo preferiría ponerlo en el congelador toda mi vida, desgraciadamente es comida... Y la comida va al estómago.

No me entero del nombre hasta que regresan de comerciales, se llama "Cake Boss" o algo así... Lo único que se es que lleva la palabra cake. Para mi sorpresa, y suerte, lo volverán a pasar, a penas son las cinco, así que supongo que ya habrá terminado para cuando llegue Giselle.

Al parecer, los tipos que los contratan esta vez aman a los tiburones, porque quieren un pastel de ese animal. Increíble hasta donde llega la estúpidez humana, ¿no? Es decir, está bien, hay algunas cosas extremademente lindas, ¿pero cuál es el punto de que lo sean si sólo será para un momento? Creo que no soy la única que piensa de esa manera.

Aún así, es fascinante como logran que un pastel se vea tan real. Supongo que es difícil, porque para empezar, yo siquiera puedo prender una estufa sin miedo a quemarme... Y ellos, bueno... Ellos logran hacer pasteles realmente increíbles. Supongo que la vida no siempre es justa.

Apenas van a dar las cinco y media cuando oigo a Giselle llamar a la puerta, voy a abrir, y oigo lo que me temía (o algo así):

—Furioso  es lla palabra que describiría a Sebastián cuando se dió cuenta de que llegué sin ti...—

—¿Le has dicho lo que ha  pasado, no?—

—Sí...— Me dice, y yo oculto un pequeño suspiro. —Pero me ha dicho que eso es tan falso como el color de cabello de una chica del coro.— Continua, con el ceño fruncido.

—Oh, ese hijo de...— Digo, pero no termino la frase.

—Creo que tendrás que hablar con él el sábado, ¿no?—

—¿Bromeas?— Le digo levantando las cejas. —No tengo nada qué explicarle, él no es de mi familia como para enojarse por no ir a un tonto ensayo.—

—Bueno, tienes razón...—

—Es claro que la tengo, Giselle.— Digo, y me doy cuenta de que soné muy despreciable.

—Pero él te pedirá un motivo.—

—El cual no tengo que darle— Le respondo a Giselle, y ella solo consigue levantar los hombros y asentir con la cabeza.

Nos pasamos todo la tarde viendo programas de comida, una que otra vez hablabamos sobre el ensayo, un sábado normal y cualquiera.

Así nos las pasamos hasta que dieron las nueve u nueve con treinta de la noche, y nuestros papás nos hablaron para cenar, pero nada interesante.

Tampoco el domingo fue interesante, ni el lunes, ni el martes, tampoco el miércoles... Fue hasta el jueves cuando una ex-compañera de la primaria me dijo que salieramos un rato, a lo cual yo accedí. Acabamos de salir de vacaciones, pero como nos iremos a escuelas para la secundaria, hemos decidido salir, puesto que ya no nos veremos tan seguido.

—Nos vemos pa...— Le digo a mi papá cuando ya me ha dejado en donde quedé de verme con mi amiga.

—Tienes mi celular... Así que... Llama a mamá cuando necesites que te vengamos a buscar.— Me dice, y me sonríe.

Sinfonía de amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora