Mordidas inesperadas.

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—Gracias... Pero era preferible que me atropeyen a que me abraces— Le digo.
Pero vamos, se que no es cierto.
—Por eso me devolviste el abrazo, ¿no?— Me responde, y su voz se escucha llena de orgullo.
—Pff...— Le digo, y pongo los ojos en blanco.
Y Sebastián solo sonríe.
Por un momento me pregunto como se sentirán sus labios, qué infantil.
—No te contengas...— Dice en un suspiro. Entonces levanto mi mano, y toco sus mejillas.
No son suaves, pero se sienten cálidas, y por un momento me siento como cuando toque mi violín por primera vez.
Recuerdo que estaba impresionada por su textura y su color, era algo totalmente nuevo y maravilloso.
Solo sonríe, y dejo que mis manos caigan a mis costados de nuevo, ¿cómo sabía Sebastián que quería tocar sus labios?
—Eres un tremendo idiota— Le digo sonriendo.
—Gracias— Me dice en tono burlón.
—Al menos lo aceptas...— Digo meneando la cabeza.
—Jaja, increíble, Aldair.— Escucho las risas de Giselle -más la de ella- y Aldair.
—Oye, Aylwin...— Me dice Giselle mientras se acerca a mi.
—¿Qué?— Le digo lo más suave y cariñoso que puedo.
—Vamos por algo de comer al Oxxo, ¡muero de hambre!— Me dice y sonríe.
Para Giselle y para mi morir de hambre significa llenarnos de todas los alimentos con grasa -o sea, sabritas, galletas, panes, cacahuates, etc- que podamos comer, y aparte los refrescos, claro.
—No, morir de hambre no, por favor— Le respondo, y me asesina con la mirada. —Lo siento, no tengo tanta hambre, ya te he dicho.— Le digo, más sin embargo cruzamos la calle y se que nos dirigimos al OXXO -Sí, Giselle jamás me hace caso.-

Llegamos al OXXO, y Giselle se dirige inmediatamente a donde las sabritas:

—Oye,  Aylwin, ¿cuál quieres?— Me grita desde el otro lado.

Ruffles queso, Giselle— Le digo, mientras me dirijo a los refrigeradores— ¿Y tú que quieres de tomar?— Continuo.

—Unos de eso Mix rosados... O como se llamen...—

Se a cuales se refiere, pero ¿cómo no se va a aprender el nombre de esos? Es decir, siempre los compramos, y no solo porque esten accesibles al dinero que nos da mamá, los compramos porque son deliciosos.

—Bien...— Susurro.

Sebastián pasa por delante mío, y saca dos de esos refrescos, uno de fresa y uno de durazno.

—Supongo que tú eres lo contrario a Giselle...— Me dice mientras me extiende el refresco de durazno.

—Algo así.— Estiro mi otra mano, y tomo el de Giselle.— Gracias.— Le digo y me doy la vuelta.

—Toma— Llego al lado de Giselle, y pongo los refrescos en el mostrador.

Me voy a sentar a unas sillas que hay detrás del congelador de paletas.

—Una rareza...— Dice Aldair mientras se sienta en frente mío, mirando fijamente.

—Oh, gracias...— Digo siendo sarcástica.

—Nononono— Dice desesperado. — No me refería a ti—

Solo arqueo una ceja.

—Bueno sí, a ti...— Me dice, y pongo los ojos en blanco— Es decir... Eres tan diferente a Giselle.  Sorprende que sean hermanas—

—Dicen que nos parecemos.—

—¿En qué?— Habla Sebastián que llega por detrás de Aldair, al parecer ya ha pagado, por que come con un real esmero sus donas.

—Quizás en el apellido— Dice Aldair y ambos se rien. En cambio yo solo consigo hacer una mueca.

—Vamos...— Dice Giselle cuando llega a la mesa, me extiende mi sabrita y mi refresco y la sigo a la salida.

Sinfonía de amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora