Desde que tuvo conciencia, Yūji recordaba llegar a casa con mil rasguños en sus mofletes; unos cuantos moratones a lo largo de sus pequeñas y finas piernas; y, sobre todo, heridas abiertas en sus rodillas que se deslizaban hasta manchar sus zapatillas rojas de sangre. ¿Cómo podía olvidar cuando se rompió la pierna y no pudo jugar a rugby durante más de un mes? Sin hablar de los pellizcos de su gemelo, igual de problemático a a manera, por tener que llevarlo en silla de ruedas los primeros días hasta que se habituó a las muletas –ayudado, por cierto, su adorado hermano mayor. Por esto, sus padres se habían dado por vencidos con él, sin importar qué hacía, siempre acababa todo magullado.—¡Por Dios, Yūji! La gente va a pensar que te maltratamos —reñía su madre, luchando por mantenerse serena y no tirar de sus cortos cabellos azabaches. Aunque estaba segura que últimamente estaba perdiendo más pelo por el estrés.
—Los niños son niños y se hacen ese tipo de cosas todos los días, Kaori, nadie va a pensar eso... —restaba importancia su padre con una mueca divertida. La situación le parecía, cuanto menos, graciosa. ¿Cómo iban a pensar que le hacían daño a su propio hijo? Simplemente era muy movido. Entonces llegó una llamada de asuntos sociales y ya no le pareció tan cómico. "Te lo dije, Jin", reprochó su madre.
Ahora el pequeño Yūji, a pesar de no tener seis años, seguía teniendo un rostro y corazón de niño y la misma mala suerte. No había entrenamiento en el que no se hiciera algo –ser el jugador oficial del equipo de rugby no ayudaba–, aunque fuera un rasguño. Su gemelo, Sukuna, y su hermano mayor, Chōso, ya no reparaban tanto en eso; era imposible que su piel morena estuviese lampiña. Caminó hasta el humilde edificio donde vivían, se pasó la mano por la mandíbula y se la ajustó una vez más, aún le dolía a causa del codazo que le había dado su mejor amigo Tōdo. El desgraciado tenía demasiada fuerza, parecía un culturista con tanto músculo.
Pulsó el botón del ascensor leyendo el mensaje que le había mandado Kugisaki y, después de unos minutos, al no escuchar el sistema en movimiento, alzó la vista encontrándose con un cartel que rezaba: "Ascensor estropeado hasta próximo aviso". Suspiró, no tenía ganas de subir cinco pisos. Una sonrisilla traviesa se le dibujó en los labios: no tenía por qué. Salió del edificio y comprobó que no había nadie cerca ni tampoco en las ventanas, estaba bastante oscuro porque era invierno y anochecía antes. Nadie lo vería. Hizo un ademán con la mano, señalando la ventana que daba al patio de su piso y una telaraña salió de su muñeca, elevándolo al instante. Aterrizó en el alféizar y abrió la ventana después de verificar que estaba solo. Sacó las llaves de su bolsillo y abrió la puerta.
—¡Ya estoy en casa!
—Hola, ¿qué te ha pasado hoy? —preguntó su hermano mayor sin mirarle siquiera, estaba demasiado absorto estudiando. Tenía los exámenes de la universidad en muy poco tiempo y, si no estaba trabajando, tenía la cabeza metida en algún libro de magisterio.
—Ah, nada, Tōdo me ha dado un pelotazo en la cara y la enfermera me ha tenido que encajar la mandíbula en su sitio —se encogió de hombros, sirviéndose un vaso de agua.
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¡Joder, Yūji!
Fanfic🕷 Donde Fushiguro está harto de que su novio esté a punto de morir todos los días, Sukuna se preocupa más de lo que le gustaría admitir de su tonto gemelo y Chōso siente que va a morir de un infarto. 🕷 La pareja principal es Fushiita, mención del...