Me senté un poco más allá, en el amparo del bosque, y empecé a devorar el filete que había tomado prestado. No estaba del todo hecho aún, pero el hambre voraz que sentía en aquel momento ni siquiera se dio cuenta. Cuando terminé, mi estómago quedó satisfecho, y me apoyé contra un tronco para descansar algo. Era por la noche, según había deducido de las conversaciones de la pareja —¿Lali y Cody?—, y empezaba a notar la brutal caída de las temperaturas pese a ser primavera.
Por un segundo, me arrepentí de no haber robado también alguna manta de la pareja de la cueva, pero entonces recordé que había estado a punto de ser atrapada y que buscar a tientas una cobija requeriría más tiempo.
Me envolví aún más en mi abrigo, lo único que me protegía del frío, y me encogí sobre mí misma mientras me tumbaba en la húmeda y dura tierra del suelo. Tosí, e inevitablemente volví a sentir que mi pulso perdía fuerzas. Sólo que esta vez no se detuvo a los pocos minutos, sino que me quedé en vela toda la noche para comprobar que seguía respirando y tratando de oír el débil pálpito del corazón por encima de los ruidos del bosque.
Sabía que el momento llegaría, más pronto que tarde. Aun así, cada vez que sentía que me mareaba y se me formaba un nudo en el estómago, un extraño peso se instalaba en mi mente y en mi corazón. Entonces más valía que me durmiera, porque no podía ni pensar con claridad.
Cuando me desperté, un terrible e insistente dolor de cabeza me martilleaba las sienes —seguramente por no haber pegado ojo en toda la noche—, pero decidí que no podía perder el tiempo. En algún punto de mis breves cabezadas que habían hecho la función de descanso, el pulso me había vuelto a la normalidad.
Recé porque fuera de día y mi instinto no me estuviera fallando, y seguí ciegamente el sonido del agua. Milagrosamente, llegué al mismo río que me había mantenido con vida desde que Ash y yo partimos, hace tres semanas, e hice lo mismo que todas las mañanas. Bebí hasta saciarme, me aseé, lavé mi ropa... Después, poco a poco, salí de la orilla del río y me interné del bosque.
Apenas había tardado diez minutos en llegar al arroyo, pero me llevó cuatro horas alejarme de él.
Cada vez que creía que me había distanciado un buen trecho, volvía a percibir aquel rumor del agua. Por descontado, no volví a encontrar la pared rocosa de la cadena de montañas, cuando —¡por fin!— logré salir del bosque. Desesperada, seguí buscando las rocas hasta que las temperaturas volvieron a caer y supe que era de noche, pues no podía continuar con mi travesía sin contar con aquella referencia. No sabría si estaría desandando el camino o avanzando hacia el Norte.
Me dejé caer, sin ánimos, en el yermo y baldío suelo de las fronteras del bosque. En todo día, no había hecho más que asearme en el arroyo, y en aquel momento el hambre voraz y una sed terrible habían regresado a mí.
Ahí me di cuenta de que no podía seguir sola.
Pasé los últimos minutos vagando por las lindes del bosque, sin importarme si me estaba alejando del Norte, intentando distinguir las voces de la pareja de la cueva, o de cualquier otra persona. Pero por más que esperé y me quedé sin uñas por la angustia, no tuve suerte.
¿Qué era yo sin Ash? ¿Quién era yo, una invidente perdida, sin un hogar al que regresar y una persona que me guiara? Nada, esa era la respuesta. No podía valerme por mí misma, ni era capaz de encontrar mi camino en aquel lugar que proyectaba las sombras de mi angustiosos pensamientos en forma de figuras oscuras y retorcidas. Finalmente, me dormí rumiando acerca de mi situación y sin saber qué haría el día siguiente, qué haría para sobrevivir.
El bosque no era lugar para una niña ciega.
***
Me desperté con una extraña sensación, que me pesaba por encima del cansancio, y que jugaba con mis sentidos sin que pudiera evitarlo. No me incorporé hasta que escuché pasos entre las hojas, y voces que hablaban en susurros amortiguadas por los sonidos del bosque. El corazón me latía en cada nervio del cuerpo, y sentía pequeñas gotas de sudor perlándome la frente.
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Efímera (en pausa)
Fantasy«Una joven con los ojos blancos como la nieve, mirando hacia el cielo nocturno y empuñando una espada de plata. Y ese cielo estaba limpio, limpio de nubes pero también de estrellas. Por último, presidiéndolo todo como un juez imparcial, una enorme L...