Capítulo 08

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Cuando abrí los ojos, mi primer movimiento fue estirar la mano al buró para tomar el despertador. Durante la noche, había soñado que se me hacía tarde para las clases y que la profesora ya no me dejaba entrar al salón y, por ende, el cuento en el que había trabajado toda la semana no lo entregaba. Méndez, la profesora más exigente que tenía en ese curso, no admitía trabajos extemporáneos aun si presentabas al día siguiente un certificado médico o una buena razón por no haber asistido a su clase. 

Bostecé, con la espalda sobre la cabecera de la cama, antes de llevarme un susto al ver la hora en el despertador digital que ya estaba en las últimas. Me había despertado veinte minutos tarde. Maldiciendo porque mi sueño se había hecho realidad, bajé de la cama y salí de mi cuarto. A esa hora era probable que Susana estuviera usando el baño y con lo mucho que se demoraba, maldije por segunda vez. La puerta cerrada, me confirmó que aún no terminaba con su rutina para el cuidado de la cara que había empezado a hacer no hacía mucho por la aparición de acné. Bufé y decidí que lo mejor era si aprovechaba el tiempo para desayunar en lo que el baño quedaba libre. 

Ninguno de mis padres se encontraba ya en casa. Debido al trabajo su rutina daba inicio a las cinco de la mañana, una hora antes que la de Susana y mía, pues no éramos nosotros los que teníamos que trasladarnos una hora para llegar a nuestro destino. Jina y su madre, quienes vivían a unas cuantas cuadras, nos hacían el favor de pasar diario a recogernos para llevarnos a la escuela.

Encendí la luz de la cocina y me encontré con las rebabas de pan, la mantequilla y la fruta que mi padre nos había dejado listo la noche anterior sobre la mesa. Tomé un plato y luego me serví un poco de leche que, por cierto, estaba heladisima y que evidentemente no iba a calentar porque me producía flojera. Los cinco días de la semana era así. Por las mañanas, eran contadas las veces en que veíamos a nuestros padres; por las noches, ocurría lo mismo, pues llegaban tan tarde que el sueño nos vencía antes de ponernos al día. Mi madre, editora en jefe de una importante revista de moda, se veía en la obligación de sacrificar gran parte de su tiempo con tal de cumplir con los eventos que le surgían y hacían viajar a otras ciudades e incluso estados. Lo mismo pasaba con mi padre que, terminadas las clases que impartía en la facultad de arquitectura, se ponía al corriente en la maestría en Arquitectura y Diseño de Interiores que estaba cursando. Los fines de semana, por el contrario, ambos se esforzaban por compensar el poco tiempo compartido. 

Empecé a toser con la llegada inesperada de Susana. Mi hermana, que iba con una toalla envuelta en la cabeza y una peculiar mascarilla verde en el rostro, se acercó a mí para empezar a darme golpecitos en la espalda. El trozo de pan que se me había atorado en la garganta me hizo ponerme de pie ante la desesperación por falta de aire. Susana, con un evidente gesto de preocupación, se retiró de mí para servir un vaso de agua que me pidió que tomara. Bebí un poco para después toser de la manera más escandalosa posible con tal de desaparecer la incomodidad en mi garganta. Volví a sentarme a la mesa, pero ahora más tranquilo. 

—¡Caín! Casi te mueres y yo aquí sola. Eso te pasa por no comer bien. 

—Fue gracias a ti, tonta. Ya te dije que no llegues así nada más y menos con esa mascarilla que me asusta. 

—Que exagerado eres. —Susana abrió una silla para tomar asiento y servirse el desayuno—. Esta mascarilla no me la dejaré de poner hasta que se me quiten los granos. 

—¿Sí sabes que seguirán saliendo y más por nuestra edad, no? 

—Pues sí, pero a mí no me gusta. 

Susana se había empezado a preocupar más por su apariencia desde que entramos a la secundaria gracias a las influencias de Jina, que fue quien la introdujo a ese mundo en el que invertía todos sus ahorros en tratamientos que le prometían tener una piel tersa, común en las figuras públicas. Y aunque yo estaba en las mismas condiciones que ella, no me había interesado en comprar cremas y mascarillas para disminuir mi acné. Mi madre nos decía que todos éramos diferentes y que mientras unos luchaban con ese problema, otros no y no existía nada de malo con eso, que no debíamos por qué avergonzarnos. Además que era probable que se nos pasara o al menos, disminuyera con el pasar del tiempo. 

Caín y Abel © #POFG2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora