1. A cánatros

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Martin siempre tuvo un don con las palabras.

Escribir sus sentimientos en un diario cuando apenas estaba aprendiendo a diferenciar la derecha de la izquierda se fue convirtiendo, poco a poco, en su manera de pensar. Ordenar las ideas era algo inconcebible para él si no tenía papel y boli a mano.

Cuando sus padres se divorciaron les escribió una nota y la dejó sigilosamente en la nevera. Tenía seis años y muchas preguntas, pero lo primero que se le ocurrió fue aquello, decirles cuanto les quería en un trozo de servilleta para pedirles por favor que no lo dejaran solo aunque ellos ya no se quisieran más.

Su primer amor adolescente fue, por supuesto, testigo de miles de cartas sin enviar en las que vomitó todo lo que sentía dejando las páginas llenas de ilusiones y miradas perdidas que nunca volvieron a encontrarse.

La decisión de dedicarse exclusivamente a escribir sus novelas no había sido fácil de tomar, pese a que su círculo cercano lo apoyaba en todo, el miedo a no cumplir las expectativas de sus seres queridos lo estuvo reteniendo durante meses en un bucle de inseguridades del que aún estaba intentando salir.

Su primera novela contaba la historia de amor entre dos bailarines de una importante compañía de danza, y pese a lo que Martin se imaginó, fue un auténtico éxito. Del día a la mañana tuvo que aprender cómo funcionaba la industria, como manejar las redes y cómo evitar hundirse con los comentarios negativos que eran una carga añadida a las piedras que él mismo tiraba sobre su tejado.

Desde que llegó a Madrid, había cogido la costumbre de dar paseos nocturnos. Le ayudaban a despejarse, pero sobre todo lo mantenían con los pies en el suelo. La gran ciudad alberga increíbles oportunidades, grandes eventos y los sueños parecían estar al alcance de cualquier mano. El vasco supo ver rápidamente que aquello solo era el maquillaje de una ciudad sumida por el caos.

Por desgracia, no podía ir caminando a todos lados. Coger el transporte público era algo que no le disgustaba al chico, aunque había tenido que limitar su uso bastante por culpa de su incipiente fama que lo obligaba a huir de espacios demasiado públicos.

Primero fueron las librerías, luego los museos, las peluquerías... Poco a poco su contacto con el exterior se redujo a los vagones del metro y los autobuses en los que seguía sintiéndose un chico corriente que de algún modo debía desplazarse por la gran ciudad.

Sin embargo, aquella noche de jueves tenía otros planes para él. La lluvia caía a cántaros, Madrid se llenó de paraguas y el vasco no tuvo otra opción que prescindir de su paseo.

Lo que Martin no tenía planeado era que aquello fuera a ser algo más que un día lluvioso. El inicio de su nueva historia empezaba a formarse bajo el techo acristalado de la parada de bus. 

La misma parada --OneShot MAJOS--Donde viven las historias. Descúbrelo ahora