1

114 7 1
                                    

-Esta era la última-resoplé y me quité el poco sudor que tenía en la frente

Recién acababa el verano, pero todavía hacía mucho calor y más si vas de un lado a otro con cajas pesadas. Con esta sería mi segunda mudanza, la primera fue cuando a los cinco años mi padre murió y mi madre vendió nuestra casa para comprar un piso cerca de su trabajo. Sin embargo, esta mudanza no era ni por asomo lo que fue la otra, esta vez nos mudamos de país. Mi madre se fue a vivir a España cuando se casó con mi padre, pero ella es japonesa y hace unos meses que estaba pensando en volver a su país, al final logró el traslado en su trabajo y yo nunca le he puesto pegas en las cosas serias así que no hemos tardado mucho en tener todo listo para empezar una nueva etapa en nuestras vidas

-Gracias cariño, sé que no es la casa que tenías en mente, pero esta es la casa donde me crié y te aseguro que es un buen sitio

-Tranquila mamá, si se rompe algo puedo arreglarlo y por fin tenemos un jardín-le sonreí y fui a darle un abrazo-Seré feliz aquí

-Tienes la misma positividad que tu padre-con su mano acunó mi mejilla-Tengo mucha suerte de tenerte

-Y yo ¿Puedo dar una vuelta por el barrio?

-¿Vas a buscar un campo de fútbol, verdad?

-Te prometo que no me ensuciaré, sólo quiero ver dónde puedo jugar, ya mañana después de clases claro

-Está bien, pero no te cambies, así me aseguro de que cumplirás la promesa de no jugar hasta que empieces las clases

-Vale, gracias-iba a pasar por la puerta cuando me detuve, mi madre todavía no me había dicho todas las condiciones y la conocía muy bien-¿Hora?

-Antes de que se vaya el sol, deberías ir a la ribera del río, cuando era niña ahí era dónde jugaban los niños

-Gracias mamá, nos vemos

Cerré la puerta y me fui feliz en busca de esa ribera, todavía no daban las cuatro así que si era rápida podría jugar un rato. Bueno eso si encontraba un balón o me dejaban jugar con ellos, pero eso son detalles menores. Miraba atenta los escaparates de las tiendas, quería encontrar una tienda deportiva, pero sólo veía pastelerías y tiendas de ropa casual o arreglada. Iba en línea recta, según las historias que de pequeña me contaba mi madre, ella siempre corría recto a su escuela y aún así lograba perderse.

Recuerdo que me contó cómo conoció a mi padre. Ella estaba saliendo del club de música, llegaba tarde a casa, pero a mitad de camino, en el puente que pasa por encima del río, vio un destello azul que le hizo ir hasta ahí. Entonces fue cuando vio a mi padre, era un chico atlético y se notaba que era extranjero, estaba ahí con un balón de fútbol mientras intentaba crear una super técnica. Ambos se quedaron embobados por la belleza del otro y empezaron a coincidir en la salida de sus actividades extraescolares, aunque en realidad mi padre entrenaba el doble sólo para coincidir.

No había dudas de que la ribera del río estaba caminando recto y por eso no pregunté a nadie. Las calles estaban tranquilas pese a que había gente en ellas, me empezaba a sentir tranquila y eso me puso de mejor humor todavía. Caminé unos veinte minutos, pero ya veía el puente, mi madre tenía razón, había un campo de fútbol improvisado en aquella ribera. Conforme avanzaba visualizaba mejor a las personas que estaban jugando, un grupito de cinco niños pequeños estaban tirando a puerta a un chico que de espaldas diría que es de mi edad. A los lados del campo habían unos bancos sin respaldo llenos de cosas, cuando la única niña fue ahí y sacó una botella de agua, entendí que estaban entrenando y esas eran sus bolsas. El portero me llamó la atención, nunca había visto a nadie usar una banda naranja en la cabeza, pero no le quedaba mal. Por estar distraída me tropecé y rodé colina abajo

La chica del RaimonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora