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La luna llena se alzaba majestuosa en un cielo despejado, adornado por constelaciones y estrellas que brillaban como joyas en un manto completamente negro. El ambiente era cálido, y los suaves acordes de los violines de la orquesta resonaban ya por todo el palacio. Los invitados comenzaban a llegar, cada uno más elegante y prolijo que el anterior, listos para presenciar la presentación de los futuros reyes.

Desde el pequeño balcón de su alcoba, situada en la parte superior de una de las cuatro torres, Billie Eilish contemplaba el cielo. Su libreta, apoyada en el duro cemento de la baranda, mientras que  empapaba su pluma en la oscura tinta a un costado. Con cada trazo, expresaba sus pensamientos más íntimos. Tras unos momentos, cerró la libreta con un suspiro frustrado y decidió descender a la fiesta que estaba por comenzar; no quería llegar tarde y robarle protagonismo a su hermano y a Camille.

En el esplendor de una noche llena de estrellas y susurros, Billie descendió por las escaleras cubiertas por una alfombra roja, con la gracia de una mismísima reina. Su vestido, un tapiz de sedas y encajes, se ajustaba perfectamente a su figura esculpida. El corsé, en tonos suaves de menta y crema, acentuaba su esbelta cintura, mientras los delicados encajes verdes abrazaban sus brazos como un susurro del bosque encantado.

Una flor púrpura adornaba su escote, un toque de fantasía. La falda de satén dorado caía en cascada desde sus caderas, ondeando con cada paso como una corriente de oro líquido. Sus zapatos, altos y elegantes, la elevaban, haciendo que su presencia no pase desapercibida.

Ella se movía entre la multitud, dejando a su paso un rastro de admiración y asombro de cada invitado que acudió a la esperada fiesta por todos. Prontamente avisto a sus padres conversando con algunos de los reyes de reinos vecinos.

Saludó con una reverencia a todos y diferencio entre ellos al hijo de los reyes de Arcanis, Darian, lo recordaba espléndidamente bien. A sus dieciséis años habían sido grandes amigos, y ahora, años después, el joven parecía estar anonadado por la grandiosidad del palacio de los Bourbon. Cuando notó la presencia de Billie, su mandíbula casi se desencajó.

El joven moreno, con rizos oscuros y ojos profundamente amarronados, la admiraba como si estuviera viendo un fantasma de su juventud. Rápidamente echó un vistazo a los padres de ambos y se acercó a saludarla.

-Billie... Hola –Logró articular, casi petrificado, con una gran sonrisa por tener frente a él a la mujer que le había robado el corazón en su adolescencia.

Traía una chaqueta de azul profundo, adornada con bordados plateados y solapas negras, que se ajustaba a su figura con precisión. Un chaleco celeste y una corbata negra, sujeta por un broche de joya. Los pantalones blancos, ceñidos e inmaculados, descendían hasta los zapatos negros brillantes.

-Darian –Saludó Billie, riendo levemente-. Es un placer volver a verte, no sabía que vendrías... –Admitió con un tono afligido, al darse cuenta de cuánto había extrañado al joven.

Antes de que pudieran continuar su conversación, los murmullos y miradas de todos los presentes se dirigieron hacia la gran escalera de mármol. Camille descendía con una elegancia y majestuosidad que dejó a todos sin aliento.

Su vestido, digno de la futura reina en la que se convertiría, estaba confeccionado en seda blanca con detalles dorados que brillaban bajo la luz de los candelabros. El corsé, ceñido y decorado con intrincados bordados dorados, realzaba su figura. Las mangas largas y transparentes, adornadas con delicados encajes, caían suavemente hasta sus muñecas. La falda, amplia y majestuosa, se abría en múltiples capas que ondeaban como un río con cada paso que daba. Un manto de terciopelo azul real se extendía detrás de ella, añadiendo un aire de realeza incuestionable.

Ojalá - Billie EilishDonde viven las historias. Descúbrelo ahora