04

56 9 1
                                    

Sunghoon corría lo más rápido que podía. Sus temores aumentaban conforme sus síntomas lo hacían. El ardor que sentía se hizo más intenso en su cara, pero esta vez no se atrevió a tocar, por miedo a lo que se iba a encontrar.

Lo único que lograba disminuir sus nervios era ver las calles que lo rodeaban, pues sabía que dentro de muy poco llegaría a su hogar. Ahí podría pensar con mayor claridad y, no sólo eso, sí no que allí podría sentirse más protegido.

Había estado corriendo varios minutos, sin embargo no estaba cansado. Su velocidad, de hecho, había incrementado, cosa que, lejos de ayudar, lo preocupó más. ¿Cómo demonios podía haber aumentado su rendimiento si estaba tan físicamente agotado? No tenía sentido.

Llegó finalmente a las puertas de su edificio. Con todas las fuerzas que aún le quedaban, subió las escaleras hasta la entrada, abrió la puerta y se abalanzó hacia el ascensor.

Ni siquiera saludó al amable señor de la portería, quien le dio la bienvenida tranquilamente. No lo hizo por descortés o por no haber querido, no lo hizo porque le fue imposible. Sus cuerdas vocales se negaron a responder al saludo.

Sunghoon extendió uno de sus dedos para apretar el botón del ascensor, pero cuando lo hizo, pudo observar otro cambio aterrador. Sus uñas ya no eran simples uñas normales, ojalá lo hubieran sido. En su lugar, estaban unas uñas que no reconoció como propias; estaban afiladas y algo descuidadas, él jamás había tenido sus uñas de esa manera.

Cerró la mano de inmediato, negándose a ver la transformación de su extremidad por más tiempo, y simplemente presionó el botón prácticamente de un puñetazo.

Las puertas del elevador se abrieron y Sunghoon agradeció que no hubiese nadie dentro, no quería que nadie más lo viera en esta situación. El enorme espejo en la pared frente a él lo hizo estremecerse.

En su rostro, pequeñas pecas se haya an espolvoreadas en su rostro, ¿desde cuándo mierdas tenía pecas? Él siempre quiso tenerlas, sin embargo, no se imaginaba que su deseo se haría realidad de esta manera.

Usando la misma "técnica" que usó para llamar al ascensor en un primer lugar, Sunghoon marcó su piso, el número ocho, y esperó, relegado por voluntad propia en el rincón al lado del panel con los ojos cerrados, evitando a toda costa mirarse en el espejo nuevamente. Sentía que la lentitud con la que el elevador se movía iba a acabar con su poca cordura restante. Jamás en su vida se sintió ahogado en un espacio pequeño, pero esta vez era muy diferente, la falta de espacio lo estaba sofocando.

No abrió los ojos hasta que el elevador se detuvo y abrió sus puertas, al hacerlo y moverse, un mechón de su cabello escapó de debajo de su capucha. Sunghoon sintió repentinas náuseas al ver que su precioso cabello negro, ya no era negro, si no que se había tornado de un naranja muy suave, casi amarillo. Apartó rápidamente aquel mechón de su rostro y volvió a correr.

Buscó desesperadamente las llaves en su bolsillo derecho y, de hecho, las encontró rápidamente, sin embargo le estaba costando un horror sacarlas de ahí. Sentía -y escuchaba- como estaba rasgando su pantalón con sus, ahora, garras. Cuando llegó al límite de su paciencia, destruyó por completo toda la zona de su bolsillo de un arañazo, dejando caer al piso las dichosas llaves y algunas monedas que tenía por ahí.

Las monedas eran lo que menos le importaba en este momento, necesitaba sus llaves.

Se agachó para recogerlas y justo en ese momento, un dolor agudo en su rodilla izquierda lo detuvo. No era, nuevamente, similar a nada que hubiese sentido antes, el simple hecho de tratar de estirar su rodilla casi lo hace caer, habría gritado del susto de no ser porque se mordió el labio. Su labio fue el siguiente en doler, pues, sin siquiera haber usado fuerza, lo había roto, sus dientes parecían más afilados.

Sosteniéndose únicamente con su pierna derecha, Sunghoon abrió la puerta y se adentró en su pequeño departamento, azotando la puerta detrás suyo.

Definitivamente, la mejor parte vivir solo era poder volver a cualquier momento, de cualquier forma y en cualquier estado, sin tener que darle explicaciones a nadie que no fuese a sí mismo, fue por esto mismo por lo que le fue fácil llegar hasta el baño de invitados, casi al lado de la entrada y mirarse finalmente en un espejo.

No tuvo tiempo de quitarse la capucha, pues lo último que vio antes de que su cuerpo se rindiera, fue el reflejo de unos ojos azules, que por más que estuvieran en su cara, le parecían impropios.

Seguidamente, Sunghoon cayó al suelo, inconsciente.

*.⋆。⋆˚。⋆。˚☽˚。⋆.

Una risita nerviosa abandonó los labios de Wonyoung, mientras sacudía la cabeza para dejar de ver lo que el bichito veía.

Esto era malo, muy malo.

Las autoridades de su colegio ya le habían dado el ultimátum, un problema más y estaría definitivamente expulsada, ¿qué iba a hacer ahora?

No podía deshacer el encantamiento, pues no tenía ni la menor idea de cómo hacerlo y si lo intentaba, podía terminar peor.

Necesitaba ayuda y sabía que había una única persona en este mundo que estaría dispuesta a dársela.

Sin haberse terminado su delicioso postre, adentró sus manos en su bolso y, tratando de no hacer un desastre, buscó el pequeño frasco de polvo de hadas que había guardado poco antes. En medio de su crisis, terminó abriendo dos de los otros frasquitos que tenía y regando todo su contenido dentro de la cartera.

Oh mierda...

Pensó, mientras veía el desastre.

Se decantó por simplemente meter su mano derecha dentro de la cartera, lograr que se llene de polvitos como si de un empanizado se tratase y simplemente hacer lo que tenía que hacer: formar algunas monedas para pagar lo acababa de consumir.

No sé fijó en el valor o la cantidad de ellas, sólo creó muchas. Muchas más de las que necesitaba.

Sacó la mano de su cartera con un enorme puñado de monedas en ella y las dejó sobre la mesa. Seguido a eso, se levantó, soltó un fuerte gracias y salió del local.

Uno de los empleados se apresuró a llegar a la mesa, bastante sorprendido por lo que veía. En ella reposaba un pequeño trozo de pastel a medio comer y una jodida montaña de monedas, con claramente un valor total mucho mayor al del postre.

Sin creerse todo esto, el confundido chico se acercó hasta la mesa y tomó una de las tantas monedas.

— Pero... Si ni siquiera se acabó... Su pastel... —murmuró, tomando otra de las monedas del montón.

— Yo sé, mano, a veces la gente es extraña — habló... ¿la moneda?

El grito que pegó el pobre chico no tuvo precio y la moneda... Bueno, terminó en el piso.

— ¡Oye! ¿Qué te pasa? Eso me dolió. - se quejó la moneda, generando más quejas por parte del resto de sus compañeras.

La gente del local sólo pudo mirarlas en silencio, demasiado sorprendidos como para hablar.

[ Miau : Jayhoon ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora