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La esperanza de vida que le estimaron a su abuelo no sobrepasaba los dos meses. Y si bien como familia habían intentado mantenerle oculta esa información para que el temor no paralizara sus últimas semanas con ellos, su abuelo siempre había sido demasiado astuto para ser engañado con tanta facilidad. En un susurro quedo, como un niño confesando una gran travesura, le había contado a Naomi que había engañado a su doctora. Ella, ignorante al hecho de que el hombre estaba sonsacándole verdad por mentira, le explicó que difícilmente llegaría a los primeros días de marzo, por lo que era el momento de comenzar a despedirse de sus seres queridos. Como la familia directa era pequeña, compuesta únicamente por ellos cuatros, fue solo a ellos a los que el abuelo convocó para explicarles la situación.

—Contraté a una enfermera, pasaré mi último tiempo en la casa de campo.

Naomi conocía lo suficiente al abuelo para saber que, en su extensa vida, siempre había amado ese lugar, aunque jamás nunca lo visitaba. Tampoco dejaba que el resto lo hiciera. Mantenía las llaves de la vivienda oculta como si escondiera en ella un secreto que perduró tantas décadas, que por mucho tiempo se asemejó al infinito.

En su imaginación, Naomi creía que era un sitio enorme, o al menos así lo recordaba. Pero estaba claro que su mente había distorsionado el lugar, porque, tras estacionarse en una huella en el camino, al costado solo pudo divisar una cabaña de dos pisos, con lo que parecía un ático estrecho.

—No lo recordaba así —confesó cuando el motor se apagó. Su padre abrió la puerta y sacó la cabeza. De inmediato el frío se coló dentro.

—Papá no nos permitía venir aquí —aclaró su mamá—, ni de pequeña me lo permitió.

—¿Por qué? —Naomi examinó el sitio con curiosidad. Parecía una residencia para trabajadores. Con todo el dinero que su abuelo tenía, le sorprendía que sus gustos fueran tan humildes. Los de Naomi claramente no eran así.

—Aquí componía.

Considerando que el imperio Kim, que ahora lo estaban heredando los Carter y con ello perdiendo el apellido del abuelo, había sido forjado gracias a las ganancias de su música, era comprensible por qué nadie cuestionó nunca las decisiones de Taehyung.

Pero el abuelo llevaba al menos veinte años retirado de la música, lo que no concordaba con mantener dichas prohibiciones. ¿Qué podían interrumpir si no había nada? A menos que su abuelo tuviera compuesta canciones que nunca habían visto la luz.

Curiosa por la vivienda, Naomi bajó del coche, a pesar de que su mamá le pedía que regresar, ya que se había equivocado de lugar y esa casa no correspondía a la hacienda donde el abuelo los esperaba. El viento helado, que anunciaba una inminente tormenta de nieve, se coló entre su abrigo abierto y le atravesó las capas internas como si no llevara nada puesto.

—Naomi... —insistió su mamá.

—Ya voy.

Digamos que ella no era una persona demasiado obediente. Ser la única nieta de una persona como Kim Taehyung, le daba ciertos privilegios a los que se había acostumbrado y asumía como verdad universal.

Por eso, si bien sabía que no debería estar entrometiéndose donde le decían que no lo hiciera, se le hizo irresistible acercarse a la puerta y tocar el pomo. Lo encontró destrabado, quizás su abuelo ya había visitado el sitio.

La puerta crujió al abrirse y el olor a encierro y humedad se coló en su nariz. Naomi encendió de inmediato la luz. La ampolleta, tan vieja como anticuada, parpadeó antes de encenderse por fin. Era un sitio pequeño, preciso para hacer esos retiros de producción musical que su abuelo en antaño necesitó. Notó un piano en un rincón, al igual que una guitarra acústica. Debían ser instrumentos de él. Si bien llevaba años sin verlo tocar, de pequeña en más de una oportunidad rasgó las cuerdas y le tarareó una canción para hacerla dormir.

El día que las luciérnagas dejaron de brillar (Taekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora