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Taehyung no despertó por un día completo. Con el corazón en la mano, Naomi lo observó desde la puerta cada media hora con la esperanza de encontrarlo, aunque fuera, perdido en el pasado. Al finalizar la tarde, sus padres se reunieron en la cocina y, entre susurros quedos, que ella pudo captar a pesar de todo, hablaron sobre ello, sobre el inminente futuro. Se preparaban para el funeral, imaginaban que quizás estaban presenciando las últimas horas de vida del abuelo.

Y ella también debería hacerlo.

Por eso, con un terror paralizante, buscó señal por la casa para así llamar al mánager de Taehyung, cuyo número había robado del teléfono de este. No tuvo resultados. Afuera ya nevaba, razón por la cual las telecomunicaciones estaban muertas.

¿Eso quería decir que realmente le tocaría aceptar que Taehyung iba a morir sin despedirse de quien pareció ser su mejor amigo? No quería contemplar la idea, pero, entre más horas transcurrían, el pesimismo crecía hasta desbordarla, hasta que llegó la noche y fue incapaz de dormir. Terminó deambulando en el pasillo. En algún instante, ingresó al cuarto del abuelo.

Como la estancia no se había ventilado esa mañana, olía a algo viejo, como pergamino seco y a la vez húmedo. Hace unos años, Naomi nunca habría imaginado que, dada la edad, los olores corporales cambiaban. Los bebés tenían un aroma dulce, a leche; los adultos mayores, había descubierto, a papel guardado, gastado por el tiempo.

A viejo.

Con su abuelo no lo había notado hasta que enfermó, porque siempre se preocupó de estar perfumado. Cada vez que la tomó en brazos y ella escondió la nariz en su hombro, pudo captar ese olor masculino, como a madera, a bosque. Sin embargo, cuando en ese momento se subió a la cama y se recostó a su lado, solo captó el aroma a viejo.

Y también a enfermedad.

Si había otra cosa que expelía olores, eran las enfermedades. Por eso existían animales, tal como los gatos, que eran capaces de detectarlas. Era un aroma horrible, porque significaba muerte.

Tuvo una punzada en el corazón.

Los abuelos deberían ser eternos, la sociedad aún no estaba lista para aprender que estos eran unos segundos padres para los nietos. Y su partida dolía tanto, incluso más, que a la de los propios padres al darse casi siempre a una temprana edad. Con su madre, no obstante, debía ser un poco diferente. Taehyung era el único padre que le quedaba. Así se lo había confesado cuando Naomi le preguntó si estaba triste por el abuelo.

—Como no tienes idea, hija, gracias por preguntar. Pero papá está sufriendo, ya es la hora de que descanse.

Naomi recordó, entonces, cuando a sus trece años falleció su perrito. Pompón estaba en casi todos sus recuerdos de infancia, ya que fue parte de la familia desde antes de la llegada de Naomi. Ella no se había imaginado una vida sin él, era su mejor amigo, siempre lo sería. Sin embargo, un día había enfermado y dejó de jugar, de correr, de ladrar, bajó de peso hasta que fue un montón de huesos y se le inflamó el estómago por estar repleto de líquidos. Al igual como lo hizo su mamá al tocarle las manos cuando le compartió su tristeza, la veterinaria de Pompón lo hizo con ella para comunicarle la peor de las noticias.

—Pompón está sufriendo. Hicieron todo lo que estuvo en sus manos para ayudarlo, pero es el momento de dejarlo ir.

En su infantilizada mente, fue incapaz de entenderlo. ¿Por qué tendría que aceptar la eutanasia si su mascota aún respiraba? ¿Por qué tendría que ser la culpable de su muerte? ¿Por qué era quien lo sentencia? ¿Por qué la firma de su mamá, en aquel consentimiento informado que le tendió la veterinaria, debía ser la encargada de nunca más ver a su mejor amigo?

El día que las luciérnagas dejaron de brillar (Taekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora