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Chapter seven

"Matamos a todo el mundo, querida. A algunos con balas, a otros con palabras y a todos con hechos. Llevamos a la gente a la tumba sin verlo ni sentirlo."


Melody


—¿Cuál, señora?— Adriana levantó dos vestidos verde azulado para que los usara en mi primer día con el maldito clan alemán, pero realmente no me importaba lo que usara.

Mientras pudiera superar el maldito día.

—Doctor Anderson, ¿qué opina?—, le pregunté al hombre mayor que me vendaba la muñeca. El doctor Anderson era el único médico en el que confiaba lo suficiente como para tocarme. Después de todo, él era quien me había traído al mundo y había visto suficientes de mis heridas como para no molestarse siquiera en preguntar.

Levantó la vista y se subió las gafas gruesas por la nariz antes de terminar su trabajo en mi muñeca. —El de manga larga sería el mejor para ocultar tu herida. No ocultará la que tienes en el tobillo, pero esa no es tan grave como la de tu muñeca—

Tenía razón. Había hecho tanta fuerza para sacar el brazo de plástico de la silla que me había hecho un corte profundo en la muñeca. El idiota había hecho sus esposas con acero reforzado, lo que hacía que fuera fácil romper la silla, pero aun así dolía muchísimo y me dejaba cicatrices.

Adriana me miró esperando. —¿Tacones blancos, señora?—

Asentí y me froté la muñeca cuando el médico me soltó. Tuve que luchar contra el impulso de tirar ese maldito y feo anillo por el desagüe cada vez que miraba mi mano.

Fedel le abrió la puerta al Dr. Anderson, no sin antes entregarle un sobre con dinero más que suficiente para asegurarse de que no tuviera que trabajar por un tiempo.

—Señora, después del anuncio de su boda con el señor Kaulitz esta mañana, algunas revistas, organizaciones benéficas y entrevistadores están deseando tener un momento con usted— me dijo Fedel con un teléfono en sus manos.

Después de levantarme de mi silla, Adriana me entregó el vestido mientras caminaba detrás del biombo.

—Fedel, ¿me parezco a la maldita Martha Stewart?—

—No, señora. Jamás habría pensado que sería tan tonta como para acabar en la cárcel. —Se aclaró la garganta y me reí. Salí de detrás del biombo y dejé que Adriana dejara caer los tacones blancos a mis pies.

—Entonces diles que se vayan a la mierda"—

—Eso no sería prudente, mio bambino dolce —toseó mi padre mientras su enfermera lo traía en silla de ruedas.

Caminando hacia él, lo besé en la mejilla.

—¿Por qué no puedo decirles que se jodan? —le pregunté mientras Adriana me entregaba mis pulseras.

"Porque para el resto del mundo eres la prometida de uno de los hombres más poderosos de este país, el príncipe de Chicago. Para ellos no eres el jefe. Quieren una Kate Middleton o una primera dama, alguien que bese bebés y firme grandes cheques en nombre de tu prometido", me espetó mi padre, lo que me hizo detenerme y mirar fijamente sus ojos moribundos.

Inside Hell ; Tom Kaulitz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora