11- Rosa con espinas.

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El rostro impaciente de Agatha fue quien me dio la bienvenida al llegar a la posada. Al parecer no había podido concretar una cita con el General. Adela estaba en la cafetería de la planta baja y Diamond aún no había regresado, así que solo estábamos la serpiente y yo.

—… a ver la luz del día —no escuché ni la mitad de la amenaza de Agatha, pero llevaba soltando disparates hacia el General desde hacía un buen rato—. ¿Tienes alguna idea de cómo salir de esta situación?

—Lo siento mucho Agatha, pero mi mente está en otro lugar.

En realidad, está en un cabello plateado, unos ojos grises, un tacto frío y unos labios arrebatadores.

Solté un suspiro, mirando el anillo que el desconocido me entregó.

—¿Qué te pasa?

—No quiero hablar de eso.

La serpiente se sentó en la cama, justo a mi lado.

—Ya en serio, ¿qué pasó?

Le eché una ojeada a Agatha. Hice un análisis de su personalidad teniendo en cuenta sus acciones y palabras, solo así pude darme cuenta del tipo de persona que es. La chica de pelo verde es misteriosa y un poco caótica, pero su principal característica es su sagacidad e inteligencia. Agatha emite unas vibras de madurez y autocontrol que jamás vi. Puede que sea por eso, o porque necesitaba hablar con alguien, que decidí que ese alguien fuera ella.

—Acabo de conocer a un hombre y me besé con él —confesé.

Esperé la respuesta de la serpiente. Lo único que me gané de su parte fue una mirada de confusión.

—¿Y la parte preocupante es…? —enarcó una ceja—. No me digas que eres de esas que cree que los besos son exclusivamente para sus parejas —bufó—, con lo joven que eres, deberías aprovechar tu belleza y juventud para hacer orgías en tu cama.

Es excesivamente honesta.

—Eso de tener ligues nunca ha sido lo mío, prefiero las relaciones estables —admití sin sentirme avergonzada. Hace muchos años acepté que yo simplemente no era el tipo de mujer obsesionada con el sexo, había cosas que me suponían una mayor urgencia. Muchas de mis compañeras me llamaban aburrida por tener una vida sexual poco activa, pero yo misma me consideré una persona sensata con otro tipo de prioridades—. Por supuesto, no te mentiré, he viajado y he tenido mis aventurillas, soy una mujer de treinta años, tengo necesidades, pero no me comporto como adolescente hormonal ansiosa de un pene en su vagina.

Se rio a carcajadas. Vislumbré sus afilados colmillos superiores, daban un poco de miedo desde tan corta distancia.

—¿Entonces dónde está el problema? —dejó de reírse.

—El problema no soy yo, es él.

—En mis tiempos era al revés.

—Su cara me gustó, su cuerpo también llamó mi atención, y tiene una actitud serena, pero parece ser buena persona en el fondo, sin embargo, es todo. Solo me atrae la versión que vi, y puedo reconocer con sinceridad que no me molestaría volver a besarlo y luego revolcarme con él. Pero me miraba de una forma más… interesada, ¿sabes? Temo que haya confundido las cosas y piense que quiero ir en serio.

—¿Te sabes su nombre al menos?

—No.

Si fuera un hombre de mi mundo no me preocuparía por esto, los hombres allá podían conocer o no a una chica, si querían acostarse con ella lo hacían y pocas veces había sentimientos más allá del deseo. Pero en este mundo, sobre todo en la aristocracia, existen reglas de caballerosidad, y una de ellas alega que un hombre no puede darle falsas esperanzas a una mujer. Lo que quiere decir, que, si un caballero invita a una dama a un evento social, debe hacerlo porque tiene intenciones de comprometerse.

Endeudada hasta el cuello.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora