Capítulo XXV

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Para Levi, Mikasa se había convertido en un enigma que no terminaba de descifrar. El beso en los camerinos por iniciativa suya —uno muy inesperado, cabía recalcar— bien pudo haber desatado en él la peor de las reacciones al ser considerado, desde cierto punto de vista, como una atrevida desfachatez que mancilló su integridad, pero tal y como sucedió en aquella inolvidable fiesta, la sorpresa se apoderó de cada célula de su ser antes de dar paso a esa ráfaga de inusuales sensaciones que burbujearon como magma sin intención de apagarse, lo que lo tuvo hecho un lío los días posteriores hasta que, tras rendirse a aquello que clamaba su cuerpo con vehemencia, buscó a la azabache y la llevó a un sitio libre de interrupciones luego de procurar con esfuerzo no saltársele encima durante todo ese agónico trayecto, perdiendo el control ni bien volvió a probar sus carnosos labios después de provocarla y poseyéndola de una forma que escapaba de lo idílicamente racional, algo que sin duda lo desconcertó por un breve instante.

No era que fuera estrictamente un principiante en el tema. De hecho, lo había experimentado por primera y única vez cuando tenía veinte años en una fiesta aleatoria y con una chica que, tras la efímera química del momento, no volvió a ver jamás, pero con Mikasa la cosa fue en esencia distinta ya que despertó un hambre voraz que estaba lejos de ser saciada en un solo encuentro. Con dicha noción inequívoca en mente, decidió invitarla a la Aso más adelante aprovechando las condiciones particulares del lugar que lo hacían el más idóneo para su fin, y aunque le asombró su actitud temeraria al hacerle tremendo desplante y no asomarse en lo absoluto, no se lo reprochó de inmediato y aguardó como un paciente depredador a que surgiera la oportunidad de cobrarse su osadía, lo cual ocurrió en el bar-discoteca donde, a pesar de lo peligrosa de su ubicación y la molesta interrupción de Hange, disfrutó de devorarla y marcarla como suya hasta elevarla a la cima del placer.

Algo que se repitió en dos ocasiones más y que reafirmó ese gusto de escucharla gemir su nombre mientras sus embestidas la teletransportaban a otras galaxias.

¿Desde cuándo la situación pasó de no soportarla a fantasear con ella de las más perversas formas? La atracción magnética era indiscutible así como el deseo que ebullía ante la más mínima mirada, desdibujando aquella fina línea de desprecio mutuo que había perdido nitidez desde hace algún tiempo atrás, pero de lo que no estaba seguro era de si existía algo más aparte de ello y de su ya habitual permanencia en sus pensamientos.

Dicha duda se manifestó precisamente ese jueves, día del partido de baloncesto. Isabel le había comentado al respecto con anterioridad y mostró plena disposición a ir para apoyar al equipo y, sobre todo, deleitarse con las jugadas de la ojigris. Lastimosamente, su director de tesis justo programó una reunión a las diez que no podía ser reagendada, y si bien se le cruzó la idea de enviarle un mensaje a la azabache expresando las mejores vibras de cara al enfrentamiento, vaciló una docena de veces aun cuando el texto ya estaba escrito y solo era cuestión de mandarlo, lo que duró todo el trayecto de camino a la facultad hasta que, fastidiado por su incoherente indecisión, se retractó y guardó su celular tras chasquear la lengua.

"No es tan difícil, pero ahí estoy yo dándome mil vueltas", habló su subconsciente. Sin embargo, no le dio más importancia ya que había llegado, por pura inercia, a la oficina de su director, por lo que tocó la puerta antes de escuchar un "Adelante" que le permitió el ingreso.

—Buenos días, profesor Pixis —saludó.

—Buenísimos días, Levi —respondió de regreso en su tono alegre de siempre mientras calificaba unos talleres de alumnos de sexto semestre—. ¿Cómo te ha ido?

—Bien. En la medida de lo que cabe —tomó asiento en la silla frente al escritorio.

—¿Sin novedades en las prácticas? —inquirió y recibió una negativa de su parte—. Excelente. Es grato saber que avanzas a paso firme rumbo al término de su formación, aunque respecto a lo que nos compete... —alzó la vista y calló al vislumbrar su expresión ligeramente distinta a la normal que tanto lo distinguía—. ¿Hay algún problema?

ARO AL CORAZÓN (RIVAMIKA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora