Día 6: Confesión de amor

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Muchas tragedias han acompañado a las mujeres Targaryen, Rhaenyra creyó que el perder a su madre había sido el dolor más grande de su vida, hasta que perdió a Harwin y no pudo llorarlo como debía.

La noticia llegó rápido y le arrancó un pedazo de su corazón, pero tuvo que fingir que no le importaba, que no la destruía por dentro.

Ahora, su prima, Laena Velaryon también los había dejado, sumergiendo a su esposo Laenor en una tristeza inmensa en la que no podía acompañarlo, porque simplemente no la dejaba. Las cosas estaban poniéndose tensas, la presencia de Daemon a su lado se lo gritaba de todas las formas posibles, pero justo ahora, sus ojos se concentraban en algo más importante que la cercanía del hombre que nunca pudo olvidar.

-Te preocupa, ¿no es así? –preguntó Daemon, acomodándose más cerca de ella.
-Son niños, ¿por qué debería preocuparme?

A la orilla de la playa, su primogénito Jacaerys caminaba a la par de su medio hermano Aemond. Ambos niños se hacían compañía mientras el sol se ocultaba en el horizonte, compartiendo miradas y sonrisas discretas.

- ¿Siempre fueron así? –insiste en el tema el príncipe Canalla.
-Su cercanía es algo que inició mucho antes de marcharnos a Dragonstone, y al parecer sigue intacta.

Daemon esbozó una sonrisa burlesca y está se convirtió en una ligera risa cuando Jacaerys se inclinó para recoger lo que suponían era una concha o caracol de mar, para entregárselo a Aemond con las mejillas sonrojadas.

-Parece que nuestros príncipes han llegado a gustarse, si Jacaerys logra ponerlo de rodillas algún día, tendrá mi entero respeto.

La mirada de advertencia por parte de su sobrina le recordó lo fiera que había sido en algún momento, la viva imagen de que ser un omega no significa debilidad, pero se necesita más que una mirada severa para callar al príncipe sinvergüenza.

-Su comportamiento es más que normal y adecuado entre príncipes Targaryen—insiste la princesa—No hay razón para buscar señales donde claramente no las hay.

En ese momento, Aemond estiró su mano para ofrecérsela a Jacaerys y la princesa contuvo el aliento.

-Ñuha dōna Nyra, ao se nyke, naejot īloma, gīmigon vok skoros issa (Mi dulce Nyra, tu y yo, mejor que nadie, sabemos perfectamente lo que significa).

La jinete de Syrax removió los hombros, nerviosa e incómoda, porque sabía que su tío tenia razón.

-Leí los poemas que enviaste—comentó Jace, sosteniendo la cálida mano de Aemond como quien encuentra un tesoro—Los memoricé, todos, me gustaría recitártelos algún día.

Aemond sabía que, por su casta alfa, debería de ser él quien recitara poemas a su omega, pero la idea de escuchar a Jacaerys pronunciando palabra por palabra, solo para él, le trajo más felicidad de la que pudo siquiera imaginar, hasta que la figura de su madre apareció en su campo de visión, justo en la cima de la roca que los cubría, forzándolo a soltar la mano que tanto soñó con mantener.

-No puedo... No debemos—las palabras se le resbalaban con el viento, sintiendo la mirada de su madre clavada en ellos—No es correcto que hagamos esto.

Sin más se alejó, encontrándose con la sonrisa aprobatoria de su madre al regresar a ella, con un dejo amargo en la garganta y un enorme sentimiento de culpa el ver esos preciosos ojos cafés brillosos por el llanto, que tanto Jace trató de esconder en un abrazo de su madre. 

♦♦♦♦♦

Aemond vio llegar a los dragones desde su ventana, reconociendo de inmediato a Vermax, el dragón de su preciado sobrino. Sus escamas verde esmeralda brillaban con la luz del sol, presumiendo su tamaño a los otros dragones que lo acompañaban.

Jacemond Fest 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora