8.Que hijo de puta

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Los primeros cuatro días de Juanjo en Londres habían sido un tedio absoluto. Prácticamente no había hecho nada más que sacarse fotos con Martin en distintos lugares del palacio.

El aburrimiento se apoderaba de Juanjo. Los días en el palacio se volvían una mezcla monótona de posar para fotos, aguantar la mirada gélida de Martin, y pasear por los jardines sin un propósito claro. Lo que más le irritaba era que, aparentemente, no podía salir del palacio sin la compañía de su "mejor amigo" Martin, algo que lo hacía sentir prisionero más que visitante.

Finalmente, al cuarto día, le informaron que por fin podría salir del palacio, pero claro, no sin la compañía del príncipe y de la princesa. Al parecer, al palacio se le había ocurrido que fotografiar su salida de manera anónima añadiría un toque de realismo a su supuesta amistad. Juanjo no estaba precisamente emocionado, pero al menos era una oportunidad para ver algo más allá de las paredes del palacio.

El trayecto en el coche se inició con un ambiente claramente dividido. Martin se sentó al lado de Juanjo, su presencia un recordatorio constante de la tensión que reinaba entre ellos. Mery, por otro lado, se sentó al frente, manteniendo la conversación fluida, tratando de aliviar la pesadez del ambiente.

—¿Sabías que hay un café increíble cerca del río? —comentó Mery con entusiasmo, mirando a Juanjo por el retrovisor—. Tienen estos pasteles que son simplemente exquisitos. Tienes que probarlos.

Juanjo, que había estado sumido en sus pensamientos, sonrió ante el entusiasmo de la joven princesa.

—Eso suena perfecto. Necesito algo que me saque del aburrimiento en el que estoy hundido —respondió con una ligera risa, mirando a Mery con algo más de calidez.

Mery rió suavemente—. Entiendo cómo te sientes Juanjo. El palacio puede ser sofocante si no tienes algo para distraerte. Pero te prometo que hoy será diferente, quiero mostrarte algunos de mis lugares favoritos en Londres.

El intento de Mery por mantener el ambiente ligero y amistoso ayudó a Juanjo a relajarse un poco. Sin embargo, Martin, sentado a su lado, no podía ignorar la interacción amistosa entre su hermana y su peor enemigo. Sentía una punzada de disgusto cada vez que los veía sonreírse mutuamente, y su mal humor crecía con cada kilómetro que avanzaban.

Finalmente, incapaz de contenerse, Martin interrumpió la conversación con una frialdad cortante.

—Mery, me parece que estás siendo demasiado ingenua. No deberías confiar tan fácilmente en personas que no conoces bien —dijo, lanzando una mirada de reojo a Juanjo—. Especialmente en personas que son buenas fingiendo ser lo que no son.

Juanjo sintió cómo la tensión volvía a apoderarse de él, su buen humor evaporándose de inmediato. Giró la cabeza hacia Martin, su expresión endurecida.

—Quizás deberías seguir el consejo que das, Martin. Después de todo, nadie finge mejor que tú.

Martin le devolvió una mirada que parecía atravesarlo—. No estoy fingiendo ahora, créeme.

Mery, notando que la conversación estaba tomando un rumbo peligroso, intervino rápidamente.

—¡Ya basta! —dijo, su tono firme mientras miraba a ambos con desaprobación—. No vamos a arruinar la salida con una discusión. Estamos aquí para relajarnos y disfrutar, no para seguir peleando.

Los dos hombres se quedaron en silencio, pero el odio entre ellos no había disminuido. Aunque intentaron seguir adelante con la salida, sabían que la tregua que Mery había impuesto era frágil, y que la paz entre ellos nunca duraría mucho. Mientras tanto, Juanjo agradecía en silencio que al menos Mery estuviera allí para hacer el día un poco más soportable.

Éntre la corona y él corazón || JuantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora