𝟳 | 𝙅𝙤𝙣𝙖𝙩𝙝𝙖𝙣

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Las llaves hacían ruido mientras metía la que encajaba en la cerradura. Abrí y todo estaba negro, un escalofrío desde la cabeza a los pies me recorrió. Dejé las llaves suavemente mientras arrastraba los pies hasta mi habitación, mi corazón latía fluido y empezaba a respirar normal, me quedaban 3 dosis. Era martes, y la semifinal era mañana. Debía aguantar hasta las regionales, o eso calculaba en mi mente, mientras sacaba los patines de mi bolsa me acordé de la pequeña discusión que tuvimos antes. ¿Qué no le pregunte amablemente sobre a lo que se dedica?, rechiné los dientes haciéndome doler la mandíbula, me parecía absurdo. Pero aún así no salía esa frase de mi mente, mientras me quitaba la ropa y me colocaba una más cómoda esas palabras conseguían mantenerme absorta en qué otra cosa podría haber contestado. Siempre me pasa luego de discutir, ¿Qué cosa más podría haber dicho? Qué otra cosa podría haber cambiado su opinión o podría cambiar el cómo me siento ahora. Siento que el hecho que tenga razón, me da rabia. Por qué el hecho de que no me entienda le hace egoísta, o a mí.

No pude pensar más hasta que la alarma sacudió mis tímpanos.

MARTES

Me senté vagamente en el borde de mi cama, estirando mis brazos colocándolos encima de mis rodillas. Nuevamente esas palabras, sacudí mi cabeza y me preparé rápidamente. Vi a mi padre apunto de salir, y le sonreí.
Bon jour, papá.— Musité con algunas fallas en la voz, consecuencia de acabar de despertarme.
Bon jour, ma vie.— Susurró sonriendo mientras salía por lo puerta. Mi corazón se encogía al ver a mi padre trabajando así, no sabía si era lo suficiente feliz o lo suficiente fuerte como para hacer lo que hace, mientras bebía un poco de agua me apoyé en la encimera y miré alrededor, en las paredes y estantes habían marcos que resaltaban la postura y bonita sonrisa de mi madre, y la de mi padre. Él me había consolado todas las noches en las qué me rompía a llorar por qué estas paredes esparcían recuerdos de mi madre, la había perdido, pero él había perdido al amor de su vida.

Subí rápidamente las escaleras para salir a mi turno, hoy me tocaba por la mañana. Me lo había dicho Jonathan por un mensaje, no sé por qué no podía decírmelo en persona. Me resigné a no contestar y simplemente ir, al cruzar la puerta el helado oleaje congeló mi piel. Amaba esa sensación, me dirigí a la parada mientras llamaba a Hazel, no había hablado con ella, unas timbradas vibraron en mi oreja hasta oír su voz.
— Hola, francesa.— Dijo ella, como siempre feliz.
— Hola, chèri.— Musité mirando a mi alrededor para ver cuánto quedaba para llegar a la parada.
— ¿Cómo estás? No me has contado nada.— Suspiré ante lo que me pedía.
— Bien, mañana es la semi y hoy entrenaré hasta tarde.
¿Tú cómo lo llevas con lo de la uni?— Pregunté.
— Me está matando, estoy muy estresada, aunque he entrenado bastante, quizá te veo, ¿a qué hora sales preciosa?— Dijo mientras oía como presionaba botones de su ordenador.
— A las cuatro de la tarde, luego me quedo hasta las diez de la noche. Es cuando pasa el último bus.— Dije apoyada en la parada.
— Bien, entonces nos veremos seguramente. Hablamos, ¿vale?—
— Sí, suerte.— Sonreí al otro lado de la pantalla.
— Gracias rubita.— Colgó.

Hazel me daba mucho ánimo y era a la única a la que le podía contar cómo me sentía. Teníamos varias amigas como Jessica y Margot de la pista, pero ella y yo éramos uña y carne. Aunque se complicasen las cosas siempre acudíamos la una a la otra, era algo complicado de explicar por qué ella es alguien que se cierra completamente cuando es vulnerable hasta que alguien no la hace sentir vulnerable. Yo no me abro con nadie.
El bus llego y subí, buscando asientos tuve que quedarme de pie al otro lado de la ventana.

Llegué y entré por detrás para dejar mis cosas y entrar a la cafetería rápidamente, se acercaba fin de mes, así que quedaba poco para que me pagase el tío de Christopher. Me puse el delantal y entré a la barra viendo a Jonathan ya apoyado en la barra, esa postura me recordaba a Christopher lo que me hizo recordar a anoche, me quedé molesta mientras me acercaba a caja.
— Buenos días francesa.— Musitó mirando al frente.
— Buenos días.— Dije haciéndome una coleta nuevamente.
— ¿Ocurre algo?— Preguntó ahora sí mirándome ansioso.
— No.— Evite su mirada agachando la cabeza.
— Parece que sí.— Insistió mientras se giraba hacia mi.
— Estoy bien.— Añadí rápidamente intentando olvidar la frase que no salía de mi mente.
— Sabes que a mí no me puedes mentir tan fácilmente, te conozco Chloè.— Se acercó a mí dejando poca distancia entre nosotros.
— Bien, pues entonces no me conoces tanto...— Susurré alejándome, para evitar sus pupilas que se agradaban con cualquier ojos que dejaban un poco de atención sobre los suyos.
— No te mientas.— Sonrió al otro lado de la barra.

Corazones Helados Donde viven las historias. Descúbrelo ahora