-Juntas desde pequeñas-

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Valentina Ortiz, con 8 años, con su vestido de flores y una cinta rosada sujetando su cabello negro, subió las escaleras de la casa desconocida con una mezcla de curiosidad y entusiasmo. Su madre le había dicho que la hija de la amiga con la que jugaría estaría esperándola arriba. Aunque era una casa nueva para ella, el lugar le resultaba acogedor, con el suave olor a galletas horneadas que flotaba en el aire y los cuadros familiares colgados en las paredes.

Al llegar al segundo piso, Valentina se detuvo un momento, observando las puertas cerradas. Sus ojos color café se movían de un lado a otro, tratando de adivinar detrás de cuál de esas puertas se encontraba la niña con la que iba a jugar. Fue entonces cuando una puerta llamó su atención, decorada con pegatinas de hockey y patines. La decoración era divertida y enérgica, lo que hizo que Valentina sonriera. Se acercó lentamente, asegurándose de no hacer demasiado ruido, queriendo evitar asustar a la niña que estaba dentro.

Con una mezcla de anticipación y nerviosismo, Valentina empujó la puerta suavemente y asomó la cabeza. Sus ojos se encontraron con una escena que la hizo detenerse un segundo para observarla. En medio de la habitación, en una alfombra de colores pastel, una niña rubia estaba sentada rodeada de peluches. Parecía estar inmersa en su propio mundo, acomodando a sus compañeros de peluche como si estuviera organizando una fiesta para ellos. La niña era Riley Andersen, una pequeña de 6 años con ojos azules brillantes y una expresión concentrada en su juego.

Riley, al notar que alguien la estaba observando, levantó la cabeza bruscamente. Sus ojos se abrieron de par en par al ver a Valentina asomada en la puerta, y por un momento, el silencio llenó la habitación. Riley se encogió un poco, abrazando a un oso de peluche contra su pecho como si fuera un escudo, sus mejillas ruborizándose mientras su timidez salía a flote.

Valentina, notando el susto de la niña, dio un paso atrás, levantando las manos en señal de paz. —Hola— dijo en un tono suave, su voz tan dulce como su sonrisa—No quería asustarte. Soy Valentina, pero puedes llamarme Val. Mi mamá me dijo que podía venir a jugar contigo. ¿Está bien si entro?

Riley parpadeó, procesando las palabras de Valentina. Su mente aún estaba adaptándose a la presencia de la niña nueva en su espacio seguro. Sin embargo, la amabilidad en los ojos de Valentina, la calidez en su voz, hicieron que Riley bajara un poco la guardia. Asintió lentamente, aunque sus brazos seguían aferrados al peluche, como si todavía necesitara esa pequeña dosis de seguridad.

Valentina sonrió más ampliamente al recibir el permiso. Entró en la habitación, cerrando la puerta detrás de ella con cuidado. Se acercó lentamente, observando los peluches alineados en la alfombra. Había un elefante, un conejo, una jirafa y varios otros, todos sentados como si estuvieran esperando el comienzo de una historia.

—¿Te gustan los peluches?— preguntó Valentina con curiosidad genuina mientras se agachaba para estar a la altura de Riley, manteniendo una distancia respetuosa para no incomodarla.

Riley asintió de nuevo, esta vez con un poco más de confianza—Sí, ellos... ellos son mis amigos— respondió en un tono suave, sus palabras acompañadas de un pequeño gesto hacia los peluches.

Valentina se sintió enternecida por la ternura de Riley. Recordaba haber tenido una colección similar cuando era más pequeña, y cómo cada uno de sus peluches había tenido una historia y una personalidad propia—Puedo ver por qué—dijo Valentina, señalando al conejo—Ellos parecen ser muy buenos amigos.

Riley sonrió por primera vez desde que Valentina había entrado en la habitación, un gesto tímido pero sincero—¿Quieres... quieres jugar con nosotros?— preguntó, todavía aferrada a su oso, pero con menos fuerza, comenzando a sentir que Valentina no era una amenaza, sino una posible amiga.

Riley x Val (One shots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora