—Tengo sueño, hermano...
Aquellas eran las palabras de una joven rubia de 22 años, misma que caía presa de un cansancio exagerado, y respaldada cada noche por aquel peliblanco taciturno quien era su hermano menor. La hermosa chica desconocía el porque de tan abrupto cambio en su ciclo de sueño; no importa cuan enérgica estuvo hace unos momentos, cada que bebía del jugo de frutas que su hermano le brindaba de forma desinteresada, ella era presa de un cansancio total en su cuerpo. Por suerte, el peliblanco de melena en forma de casco siempre estaba allí para ayudarla.
Por otra parte, aquel albino puberto, quien parecía extrañamente jubiloso y ansioso sin razón aparente, se preparaba para sostener a su ya cansina hermana en brazos. Al parecer, sabía lo que vendría cada que ella mostraba signos de debilidad; la dulce chica terminaba desvaneciéndose en el aire, como si la más fina briza puediese tumbar y noquear su tan bello cuerpo.
—No temas, hermana, estoy aquí y nada malo te pasará —decía con suma delicadeza el albino. Luego agregó—. Sé que estás muy cansada luego del trabajo, es normal que te sientas así, es por eso que siempre voy a por ese jugo que tanto te gusta.
—S-sí, lo sé...
La rubia, con más calma gracias a las palabras de su hermano, se dejó llevar por el sueño y se desvaneció entre los brazos del mismo, no sin antes dedicarle una cálida sonrisa; aquella estaba llena de amor y confianza hacia su querido hermano menor.
Ya inconciente y entre sueños, pronunció unas palabras:
—Te quiero, Lincoln...
—... Yo también te quiero, Leni. —El albino, quien yacía con el cuerpo de su hermana en medio de la habitación de la misma, decidió esperar unos momentos para asegurarse de que estuviera dormida. Ya más seguro, susurró unas palabras, palabras que venían de lo más profundo de su ser:
—Te amo.
Para él, no era un simple gesto de amor fraternal hacia su inocente hermana, era toda una declaración de amor desde lo más profundo de su corazón. Sin embargo, este mismo venía cargado de gran hipocresía dada sus acciones más recientes para con ella; Lincoln, aprovechando la ingenuidad e inocencia de Leni, se tomaba el tiempo de no tan solo prepararle algo de beber, si no vertir tranquilizantes que había conseguido del laboratorio de una de sus otras hermanas a cambio de que este se ofreciera como conejillo de indias cada que quisiera algunos. El albino, dándole la excusa de que las necesitaba para dormir, y negándose a someterse a algún chequeo médico para poder justificar la causa de su insomnio con el argumento de que era lo suficientemente maduro para manejarse por sí mismo, se hacía con los tranquilizantes y los guardaba hasta el momento en el que los usase. El prospósito de esto: "mera curiosidad" como él lo catalogaba.
—Ya son las diez y todos están acostados en sus habitaciones —se decía a sí mismo Lincoln—, todo marcha perfecto, como siempre... —Acto seguido, acostó a su hermana en la cama que antes le pertencía a la primogénita de la familia, luego cerró la puerta de la habitación.
—No es malo si nadie se entera —sentenció—, no le hago daño a nadie, ella no siente nada, sigo siendo el mejor de todos ellos. Y como el mejor, reclamo lo mejor para mí...
Después de tales declaraciones, el albino procedió a aproximarse hacia el cuerpo de su hermana, con intenciones para nada inocentes.
—Eres mía, tarde o temprano lo sabrás...
...
15:57 PM
Lincoln se encontraba sentado en la sala, un tanto ansioso y malhumorado dado ciertos antecedentes con uno de los suyos.