prelude

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Prólogo:

Melow no era el tipo de persona que sobresalía en una multitud. Desde pequeño, la vida lo había obligado a mantener la cabeza baja y los sueños en suspenso. Creció en un barrio humilde de una ciudad latinoamericana, donde las oportunidades eran escasas y la esperanza, un lujo. Sus padres lo habían abandonado cuando era niño, dejándolo a cargo de su tía, una mujer que, aunque lo cuidaba, siempre estaba ocupada con sus propios problemas y apenas tenía tiempo para él. Así, Melow creció sin el apoyo de una familia cercana, dependiendo únicamente de su tía para sobrevivir.

A sus 20 años, Melow era ya un veterano NINI, atrapado en un ciclo de autocompasión y desesperanza. Había intentado salir de ese estado, pero cada vez que lo hacía, la vida parecía empujarlo de nuevo hacia el abismo. No tenía amigos, ni metas, ni sueños; solo la amarga sensación de que su vida había sido un desperdicio.

Trabajaba en un almacén, un lugar gris y sin alma, donde las horas pasaban como una sombra más en su vida monótona. Con el tiempo, la ausencia de sus padres y la falta de un verdadero hogar lo llevaron a distanciarse de los demás. No hablaba con sus padres; ellos eran un recuerdo lejano, figuras fantasmales en su memoria que no ofrecían consuelo ni apoyo. Su tía, a pesar de sus esfuerzos, no pudo llenar ese vacío, y Melow, sin nadie más en quien confiar, terminó abandonando sus estudios antes de acabar el bachillerato debido a la falta de apoyo economico. Sus sueños de un futuro mejor se desvanecieron ante la cruda realidad de su situación, y el aislamiento se convirtió en su refugio.

Ser antisocial no fue una elección, sino una consecuencia. La vida lo había empujado al aislamiento, y él había aprendido a vivir en la soledad. Las pocas veces que intentaba conectar con alguien, sentía que el mundo lo rechazaba. Así que se refugió en la única cosa que no le fallaba: su pequeño cuarto, donde pasaba horas frente a la pantalla, alejándose de una realidad que lo consumía poco a poco.

Melow caminaba por las estrechas y desgastadas calles de su barrio, sumido en sus pensamientos, como de costumbre. El sol de la tarde comenzaba a ocultarse detrás de los edificios, proyectando sombras alargadas que acentuaban la melancolía que siempre lo acompañaba. Su paso era lento, casi sin propósito, como si cada paso que daba fuera más un hábito que un acto de verdadera intención.

De repente, el sonido estridente de un motor descontrolado lo sacó de su ensimismamiento. Alzó la vista y vio, a lo lejos, un camión que avanzaba peligrosamente rápido por la calle empinada. El vehículo tambaleaba de un lado a otro, sus frenos chirriaban desesperadamente, incapaces de detener su avance.

Frente a él, tres jóvenes reían despreocupadamente, ajenos al peligro que se acercaba. Eran chicos que, en otro tiempo, podrían haber sido como él, llenos de sueños y energía. Algo en su interior se agitó, una sensación que no experimentaba a menudo: el impulso de hacer algo, de no quedarse inmóvil mientras otros sufrían.

Sin pensarlo dos veces, Melow corrió hacia ellos con todas sus fuerzas. Sus piernas, acostumbradas a la monotonía, se movían con una velocidad que no creía posible. Los gritos de advertencia parecían perderse en el caos, y los chicos, finalmente conscientes del peligro, miraron con horror cómo el camión se abalanzaba sobre ellos.

En el último segundo, Melow alcanzó a empujar a dos de los jóvenes fuera del camino, lanzándolos a la seguridad de la acera. El tercer chico tropezó en el intento de huir, y en ese momento de desesperación, Melow se lanzó sobre él, empujándolo con todas sus fuerzas. El tiempo pareció detenerse mientras el camión se acercaba a una velocidad imparable.

El impacto fue instantáneo y brutal. Melow sintió el golpe como una descarga eléctrica que recorrió todo su cuerpo. No hubo tiempo para pensar o siquiera reaccionar; solo sintió el peso abrumador del camión aplastándolo contra el pavimento. Su vista se nubló, y el dolor, aunque intenso, fue reemplazado rápidamente por una extraña y reconfortante paz.

Mientras yacía allí, con su cuerpo destrozado y la vida escapándosele, una serenidad inesperada lo envolvió. Melow, el chico que había sido abandonado, que había vivido en la soledad y la desesperanza, había encontrado un propósito en su último acto. Sus pensamientos se desvanecieron en la oscuridad mientras el ruido del mundo se desvanecía a su alrededor, y en ese último suspiro, sintió que, al fin, había hecho algo que realmente importaba.

Pues, asi mientras yacía en el suelo, recordó los días que pasó en su cuarto, aislado del mundo. Pensó en su tía, la única persona que se había preocupado por él, y en cómo nunca había podido agradecerle lo suficiente. Intentando llorar pero el dolor no lo dejaba en el intento del shock para poder pararse pero caer desmayado por la adrenalina del momento.

El impacto fue brutal. Sintió dolor con agonia. Era su... sangre? por el impacto del camion. Mientras su cuerpo yacía en el suelo, su mente se llenó de recuerdos y arrepentimientos, pero también de una inesperada serenidad. Era como si, en ese último acto, hubiera encontrado un propósito que toda su vida le había sido negado.

Y entonces, todo se desvaneció. La oscuridad lo envolvió, y Melow dejó de existir en este mundo, sin saber que su sacrificio sería el comienzo de una nueva vida.

fight to the death for the immaterialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora