Algo no estaba bien, de alguna manera su asistente Betty se las arreglaba para inventarle excusas y evadir cualquier acercamiento con él. Armando estaba solo en su departamento.
No había nadie más con él, ni Marcela, ni Mario, ni sus padres... Ni siquiera alguna linda modelo para pasar el rato.Armando pasó una mano sobre su rostro, sus lentes estaban encima de la mesa de centro, su otra mano sostenía un vaso de whiskey pequeño. ¿Qué estaba haciendo con su vida justo ahora? Su empresa... la empresa de su padre y de los Valencia se estaba llendo al caño, todo por no querer aceptar esa rivalidad suya con Daniel Valencia.
Un largo suspiro carraspeó su garganta antes de bajar el vaso de whiskey de un solo trago, su ceño se frunció por la amargura que llegó instantes después.Sintió el hocico de Paco restregarse contra su pierna, como si persiviera que algo estaba mal en él. Armando acarició la cabeza de su perro con delicadeza, la suavidad de su pelaje lo tranquilizaba.
Ni siquiera sabía por qué razón tenía un perro en primer lugar, ¿Era para presumir? Rara vez estaba en ese apartamento, rara vez veía a su perro, estaba seguro de que Paco veía más a su cuidador como un dueño que a él mismo.Armando se levantó del sofá, la botella de whiskey ya estaba medio vacía, el apartamento se sentía bastante frío y... extraño. Jamás en su vida había considerado ningún lugar como su hogar, solamente cuando era pequeño y vivía con sus padres. Cada vez que su madre lo abrazaba y le daba un beso en la cabeza para tranquilizarlo, esos eran los únicos momentos felices de su vida.
Pero, desde que conoció a Mario mientras estudiaban la carrera, fue como si su vida hubiera comenzado a caer en el mundo del hedonismo, en busca de su propia arrogancia.Aun recordaba con perfección la primera vez que él y Mario pasaron la línea de peligro.
Acababan de salir de una fiesta, Armando estaba ligeramente borracho, como siempre, mientras que Mario aún mantenía una gran pizca de sobriedad. Fue en el ochenta y ocho cuando ellos apenas llevaban un año estudiando la carrera. Mario tenía veintiuno, Armando veinte.
La fiesta habia sido una locura, las mujeres que asistieron una maravilla, lastimosamente no lograron salir del lugar con ninguna de ellas.Mario estaba al volante, en la radio sonaba el preso, las calles de Bogotá estaban tenuemente alumbradas y el aire se sentía húmedo. Armando solamente se la pasaba riendo con cada barbaridad que saliera de los labios de su amigo, la ventana hasta abajo para que entrara el rico aroma de la ciudad.
De la boca de Armando salían las torpez palabras que aparentaban ser la letra de la canción, sus manos moviéndose al ritmo junto con la punta de sus pies, su aliento fuerte como el alcohol.- Ay, que sólo estoy... voz... triste soledad... Mmh... Ya no quiero sufrir más... Magdalena, ay que sólo estoy...- Armando cantó, cada palabra que decía se sentía arrastrada por el estado etílico en el que se encontraba.
El semáforo se puso en rojo, el motor del Renault 4 sumbaba mientras el vapor salia del tubo de escape. Mario se dio la vuelta, su mirada fija en la sonrisa de Armando.
Tal vez no debían dejar a jóvenes ricos conducir carros costosos a altas horas de la madrugada, tal vez no deberían dejar a dos chicos tan apuestos ser amigos... Tal vez nunca debieron dejarlos solos esa noche.- ¿Qué me vez hombre? canta un rato...- Armando carcajeó, su mano dándole una fuerte palmada en el hombro a Mario, sus sonrisas dirigidas ampliamente hacía el otro. - ¿Qué? ¿Acaso tengo algo en la cara?
Mario negó con la cabeza, sus ojos regresando al frente, sus manos apretando el volante con la fuerza y el coraje que no podía expresar en palabras. - Nada, solamente eres un pendejo.
Armando volvió a echarse a reir, recargando la espalda contra el asiento. El coche volvió a moverse, los pies de Mario se movían sobre el clutch y el acelerador. No llevaba mucho tiempo manejando pero, aún así, recargaba el brazo izquierdo sobre la ventana, su mano fuera del coche.
Esto era cool, ¿no? Solo dos chicos ricos, ebrios y solteros paseando a altas velocidades por las calles de la hermosa Bogotá.Se estacionaron en una gasolinera. Por alguna razón habían bajado del coche, seguramente Armando había tenido la urgencia de vomitar todo lo que había ingerido en la fiesta, en gran parte el alcohol.
Mario estaba sentado sobre el capó del coche, su mirada perdida en el terreno valdio enfrente. El sonido de los grillos y el suave calor de la noche acompañanando sus cuerpos ligeramente humedos con un sudor imperceptible.Armando se sentó a un lado de Mario, mirando a la misma dirección.
- ¿Qué estamos viendo? - Preguntó.
- El futuro de Bogotá... - Contestó.
Armando se quedó en blanco, tal vez estaba borracho pero no drogado, eso ni siquiera tenía sentido, así que solo se rió por lo bajo.
- ¿Cuál futuro de Bogotá? Solamente sabemos de plata y mujeres.
Mario soltó una risilla, volteando su mirada nuevamente hacia Armando. Era la segunda vez en la noche que lo veía de esa manera tan intensa y penetrante, tan profunda y conflictiva.
El corazón de Armando se sintió pesado por algún motivo, sus intestinos retorciéndose inexplicablemente.- ¿Podemos no hablar de mujeres? - Marió solicitó, sus palabras masculladas, como si a él mismo le costara decir lo que no podía creer que diría.
Otra vez cayeron en silencio, sus miradas perdidas en el canvas pintado de negro, azulado y anaranjado en el frente. El zumbido de las luces que emitía la gasolinera comenzó a subir de volumen, la brisa moviendo las pocas prendas que de por sí ya llevaban puestas.
En algún momento, y sin saber por qué, Armando se relajó y se acercó aún más, su cabeza cayendo pesadamente pero con una sutileza inquebrantable sobre el hombro de Mario. Era el alcohol, pensó y, por ahora, le echaría todas sus culpas a él.
El cuerpo de Mario se tensó, la corriente dentro de él estallando como un cable al que le hicieron pasar más voltaje del que soportaba, como una olla de presión.Armando no sabía la razón por la cual se sentía tan cómodo y feliz en los brazos de Mario, pocas personas lo hacían sentir esa tranquilidad en todo su ser, toda esa paz abrumadora que solamente lo hacía pensar...
- Por favor... quédate más tiempo... No quiero que te vayas...- Lo dijo antes de digerirlo pero, no importaba ya.
Armando Mendoza estiró sus brazos en el aire, regresando a la realidad. Recogió la botella de whiskey y la guardó en el pequeño bar de su apartamento. Miró alrededor de toda la habitación y apagó las luces.
Solamente se quitó la corbata y los zapatos y se desplomó sobre la cama, sus cortinas estaban abiertas.Ya no eran las mismas luces urbanas de Bogotá... ahora solamente sentía nostalgia y melancolía, un resentimiento amargo por lo que está haciendo.
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Dobles aclaraciones / Armando x Mario
FanfictionCuando la asistente de presidencia, Beatriz Aurora Pinzón Solano, recibe el paquete de la oficina de uno de sus jefes, Mario Calderón, decide revisar el contenido por la curiosidad que su amiga Sandra hizo despertar en ella, queda sorprendida, asqu...