Capítulo 2

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Salgo al exterior, justo donde están los corrales, y donde los operarios sin nada que hacer, aparentemente, salen a fumar. El frío cala mis huesos e intento caminar con cuidado. Hay tuberías y cables a la vista, además de una tubería que lanza un líquido extraño que cae sobre un gran bidón de al menos diez litros. La nieve lo cubre todo, no sé en qué momento podría pisar un gran pozo y caer deliberadamente.

—Maldito....clima...de mierda...— Murmuro mientras levanto mis piernas lo más que puedo. Hay tres corrales con los bebederos y duchas para limpiar a los animales. Hay cerdos allí, tomando agua, gritando y saltando. Desde la lejanía observo a dos hombres; un señor alto y delgado, con marcas de la edad demasiado pronunciadas, y otro señor; petizo y con panza de cervezero. Ellos, a diferencia de los demás, llevan ropa de calle, con una cofia y un delantal blanco impermeable. Ignoro que deberían llevar la ropa de blanco como todos y avanzo hacia ellos. — ¡Buenos días! — Saludo escueto, ambos hombres me observan serios y asienten con la mirada. — ¿Ya empiezan a faenar? — El hombre delgado, el que está metido en los corrales, se acerca a mí y apoya ambos brazos sobre la madera que lo encierra.

—Apenas llegó hacienda, primero debemos bajar a todos los cerdos. — Me explica. Tiene un cigarrillo en la boca y el humo llega a mi rostro. El hombre gordo permanece detrás de la manga, por donde deben pasar los cerdos uno a uno después de salir del corral.

—¿Ningún veterinario les hará una inspección antes de la insensibilización? — Le pregunto. Y otra vez siento como si hablara en chino.

—No...— Me dice y me deja en claro que jamás un veterinario ha hecho ninguna puta inspección.

Me acerco al corral, hay uno vacío que identifico será para las vacas. Un chancho gordo se acerca a mí y me chilla, tiene su número de identificación de tropa en la oreja, de color azul, y al menos se lee perfectamente. Los bajan de los camiones con picanas, lo puedo notar bien por los rastros de cortes en sus muslos y panzas. El hombre continúa observandome mientras inspecciono al animal. Ninguno de los pocos que llego a ver contienen, a la vista, lo que se podrían presentar como hematomas o enfermedades, pero eso ya es algo que podremos ver en el faenado.

—¿Utilizan picanas para moverlos? ¿No tienen plumeros? — El hombre niega. Suspiro, no es mi área, ya que no tengo nada que ver con Bienestar Animal, eso ya debería encargarse algún veterinario que trabaje con Mattilsynet, la Autoridad Noruega de alimentos. Que, más fácil, se encarga de regular y controlar la seguridad alimentaria, la salud animal, la sanidad de los alimentos, etc. Hablaré especialmente con el departamento de compras para costear al menos dos plumeros.

Me retiro de allí cuando parece que es hora de empezar a mover a los cerdos. El hombre separa un cerdo de los demás con golpes leves en la piel y los ingresa a la manga, que es cerrada con una tranquera pequeña, en la manga de hierro el animal pasa mediante más golpes con las picanas, que se los propina el gordo, hasta que entra en la caja que se cierra herméticamente del otro lado. Doy un último vistazo a los animales, que gritan y saltan intentando huir, y vuelvo a entrar al lugar.

—¡Chimin! — Me llama Lenah. Ella está hablando con dos hombres y lleva un papel en sus manos. Me sonríe amable, a diferencia de los dos que me miran serios. — ¿Ocupado? — Me pregunta y niego.

—He ido a los corrales, ¿Sabes que utilizan picanas para movilizar a los animales? — Ella me observa con una sonrisa de "lástima" como diciendo "pobre inocente" y luego niega.

—El dueño es un poco...tacaño, imagínate que no podemos prender libremente los esterilizadores para no gastar demasiado gas...

—¿Qué? — Es lo primero que sale de mi boca. Esto es el colmo.

El Matadero - YMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora