Capítulo 6

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La combi tarda en llegar esta vez. Es de noche de nuevo, apenas han pasado siete horas de luz solar, y luego vuelve la oscuridad. La nieve cae sin miramientos sobre Geiranger, y el frío infernal cala ms huesos que tiritan. Mi espalda baja se contrae dolorosamente fuera del frigorífico. Los mismos que en un principio viajaron conmigo en la combi esperan allí, muchos de ellos fumando; cigarrillos o marihuana, da igual. Charlan amenos, apenas abrigados con buzos o pulovers. No entiendo la necesidad noruega de permanecer tan desabrigados ante tales temperaturas.

Chiv se acerca a mí con una pequeña sonrisa, va saliendo de porteria, con una bufanza de tela azul marino. Sus ojos claros birllan bajo la luz de las farolas deficientes que nos rodean.

—Hey, Jimin. — Me saluda. Lleva en su mano una bolsa de tela, no pregunto qué lleva, pero sin querer la observo demasiado. — La cena. — Me dice. — El Bufet del frigorífico es bastante bueno, y partiendo porque la mayoría de tiendas cierran pasadas las cuatro de la tarde...es imposible.

—Buen provecho, entonces. — Le sonrío. El desconcierto llega a mí, no sabía que las tiendas cierran tan temprano, aunque el mal tiempo es demasiado obvio, es desconcertante. No tengo comida en casa, aún no he pasado por un supermercado. Encontes creo que mañana a la hora del almuerzo iré de compras para el mes. — ¿Qué venden aquí? — Le pregunto cuando no veo sus intenciones de retirarse ya.

—Carne. — Dice. — Carne de vaca o cerdo, con papas. Hoy hay eso, o sandwiches de jamón y queso. Y CocaCola. — Dice, entonces piensa algo y aguarda silencio, mete su mano en la bolsa y saca una lata de 500ml de CocaCola y me la extiende. — Olvidé que a Liv no le gusta la gaseosa. — Me sonríe con timidez palpable, su rostro blanco se sonroja y una pequeña sonrisa de ternura se frunce sobre mis labios.

—Muchas gracias, Chiv. — Le agradezco. — Y buen povecho. — Él asiente y con una sonrisa se despide. Observo su espalda ancha desaparecer entre los senderos de nieve. Su bufanza azul marino brilla bajo la luz artificial de la calle. Entonces troto hacia dentro, al comedor. Una señora rechoncha y dulce me saluda, ella vende sandwiches de jamón y queso, le compro dos, y cuando me los entrega me arrepiento de inmediato.

—¡Oh! ¿No te apetece? — Me pregunta desconcertada la señora ante mi mirada repleta de duda. La verguenza me inunda y me atrevo a tomar los sandwiches con sigilo.

—¡No es eso! — Le digo. — Se ven deliciosos. ¿Cuánto es? — Le pregunto. Tengo hambre, y compré dos con la iniciativa de comérmelos, pensando que tendrían un tamaño normal, pero no es así. Sin duda, no podría comer los dos, y en casa no tengo dónde guardarlos para que no se pongan feos para el día siguiente. Pero no tengo el corazón de devolver uno, encontes le sonrío a la señora, aparentando tranquilidad y euforia por comer los sandwiches y desaparezco de allí.

La combi llega y espera unos minutos a que todos suban. Esta vez soy el último, pero mi asiento del fondo está libre para cuando llego. Me averguenza llevar esos dos grandes sandwiches en la mano, y que crean que de verdad me comeré todo eso solo, de todas formas cuando me siento, caigo en cuenta de que nadie me está mirando. Entonces descanso sobre el cómodo asiento, mirando el exterior del gélido frigorífico, y me siento pleno de finalmente salir de allí.

Abro la bolsa que resguarda el primer sandwiche y le doy un mordisco. El pan está caliente, el queso totalmente derretido y tiene la cantidad justa de jamón, es delicioso. Pero me apena el desperdicio del otro. Y creo que lo mejor sería regalárselo a alguien. Entonces, mientras busco a alguien con la suficiente cara amistosa para lograr acercarme sin temer, observo la cabellera conocida del tipo amigo de Peca y Aurun.

Ojitos.

El tipo va delante de mí, a dos butacas de diferencia, observando por la ventana del lado izquierdo. Su rostro es fríamente iluminado por la luz artificial de un viejo teléfono y en sus oídos se conectan dos auriculares blancos. Creo que quizás podría regalarle el sobrante a él, de paso que lo conozco. Podríamos afianzar nuestra relación basta al menos un poquito. Me levanto, lamentando dejar mi lugar tranquilo sin resguardo, y una vez estoy cerca a él, le toco el hombro con sigilo. Su mandíbula se tensa mientras lentamente dobla su cabeza en mi dirección. Parece no comprender qué hago aquí, y su rostro se deforma en una mueca de confusión latente. Entonces, extiendo el sandwich delante de él y sus grandes ojos se abren desorbitados.

El Matadero - YMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora