Capitulo 3

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Ya habían pasado horas desde que la fiesta había comenzado, y ahora eran las 2:00 A.M. Dipper y Pacifica, inmersos en una conversación llena de temas irrelevantes pero extrañamente reconfortantes, no se habían percatado del tiempo. Habrían seguido así indefinidamente de no ser por la inesperada interrupción de Mabel.

— Ehh, chicos... — Mabel los llamó, un toque de preocupación en su voz.

— ¿Qué pasa, Mabel? — Preguntó Dipper, mirando hacia ella con curiosidad.

Mabel no dijo nada más; simplemente señaló hacia una silla detrás de ellos, donde se encontraba Alex, visiblemente desorientado y ruborizado. Cuando notó que lo estaban mirando, levantó la mano y saludó como un niño pequeño, mientras un hipo inesperado lo sacudía.

— ¿Qué le diste, Mabel? — Dipper habló con un tono demandante, mirando con incredulidad al pobre Alex que, en ese momento, parecía un niño perdido en un centro comercial.

— ¡Nada! Lo descuidé un minutito, y ya iba por el sexto vaso. — Mabel levantó las manos en un gesto de inocencia, con una mezcla de risa y culpa en su expresión.

Pacifica y Dipper intercambiaron miradas antes de volver la atención al desorientado Alex, que ahora estaba tambaleándose en la silla, luchando por mantener los ojos abiertos.

— Si llego a la mansión con él así, no llegaré a mañana — informó Pacifica, mirando a Alex con preocupación mientras tambaleaba en la silla.

— ¡Oh! — exclamó Mabel, como si se le hubiera ocurrido una idea brillante. — Pueden venir a la cabaña, hay mucho espacio. Soos y su esposa se fueron a su antiguo hogar para que tengamos más comodidad.

Pacifica titubeó, mordiéndose el labio mientras consideraba la oferta. — No lo sé... — murmuró, dudando sobre la idea de pasar la noche en la cabaña con los Pines, especialmente en las circunstancias actuales.

Dipper, notando la incertidumbre en los ojos de Pacifica, intentó tranquilizarla. — Será solo por esta noche, Pacifica. Alex necesita descansar, y no creo que sea seguro llevarlo a la mansión en este estado. Además, te prometo que estarás cómoda y segura en la cabaña.

Pacifica soltó un suspiro, todavía insegura pero también consciente de que no tenía muchas más opciones. — Está bien, supongo que no tengo otra alternativa.

Pacifica observó a Alex desde unos pasos de distancia, viendo cómo el chico se balanceaba ligeramente, completamente absorto en sus propias manos como si fueran el espectáculo más fascinante del mundo. Sus ojos azules, normalmente brillantes y llenos de energía, ahora parecían algo nublados y confusos, sin embargo, en su rostro se dibujaba una sonrisa bobalicona.

— ¿Alex? — llamó Pacifica en voz baja, acercándose con cautela. Cuando estaba lo suficientemente cerca, Alex levantó la vista y la miró con la misma emoción que un niño pequeño vería a su juguete favorito.

— ¡Pacifica! — exclamó, arrastrando las palabras y alargando las sílabas con entusiasmo torpe. — Nooh... sabrás lo que me pasoo~~ — añadió, haciendo un esfuerzo notable por pronunciar las palabras correctamente, pero fallando en el intento.

— Me cuentas en el camino, ven — dijo Pacifica, intentando mantener la calma mientras lo ayudaba a levantarse. Sin embargo, una vez que Alex estuvo de pie, se quedó completamente inmóvil, como si sus pies se hubieran enraizado al suelo. Pacifica, frustrada, tiró suavemente de él, tratando de que comenzara a caminar. — ¿Alexander?

Alex bajó la mirada hacia ella, todavía tambaleándose ligeramente, y comenzó a hablar en voz baja, sus palabras entrecortadas y arrastradas por la embriaguez. — Intenté coquetear con todas las chicas hoy... — confesó, jugando con sus dedos como un niño que acababa de meterse en problemas. — Pero... pero no sentí nada, ni una gotita de deseo. Y todo es culpa de esa Pines. — Las palabras salían con torpeza, sus gestos exagerados y sus manos moviéndose erráticamente mientras su expresión cambiaba entre la confusión y el enfado.

Un nuevo verano [Dipcifica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora