La noche en la iglesia fue una bendición inesperada. Aunque los bancos eran duros y el frío se filtraba por las grietas en las paredes, logramos descansar un poco. La pequeña, cálida y tranquila en mis brazos, se convirtió en mi ancla durante esas horas oscuras.
Con el amanecer, desperté al sentir la luz del sol atravesar las ventanas y acariciar mi rostro. La niña aún dormía pacíficamente, y por un momento, me permití disfrutar de esa calma. Holzstein estaba ya despierto, vigilando en silencio.
-Buenos días, Joseph -dijo en voz baja, para no despertar a la niña.
-Buenos días, Hans. ¿Todo tranquilo?
-Sí, ninguna señal de enemigos. Deberíamos aprovechar esta tranquilidad para avanzar.
Asentí y, con cuidado, desperté a Aurelie. Ella abrió los ojos lentamente y, al verme, sonrió. Le di un poco de agua y algo de pan con queso para el desayuno. Holzstein y yo comimos lo que quedaba de nuestras provisiones antes de ponernos en marcha.
La caminata de esa mañana fue menos dolorosa que la del día anterior. Aunque aún estábamos doloridos y cansados, la promesa de encontrar ayuda nos daba fuerzas renovadas. El terreno era más llano y el clima, aunque fresco, era agradable. Caminamos durante varias horas, siguiendo el río, hasta que empezamos a ver signos de civilización.
-Mira -dijo Holzstein, señalando a lo lejos-. Parece que hay otro pueblo.
Aceleramos el paso, la esperanza crecía con cada metro recorrido. Al acercarnos, pudimos ver que este pueblo estaba habitado. Había personas moviéndose por las calles, algunas de ellas ataviadas con el inconfundible uniforme azul del ejército francés. Estábamos, indudablemente, en territorio enemigo.
Sin embargo, un puesto de la Cruz Roja visible en el centro del pueblo me traía un buen augurio.
-Al fin, algo de suerte -murmuré, aliviado.
Nos dirigimos directamente al puesto de la Cruz Roja. Al llegar, un trabajador de la organización se nos acercó, mirándonos con una mezcla de curiosidad y preocupación.
-Buenos días, ¿cómo puedo ayudarles? -preguntó en francés.
Aclaré mi garganta, preparándome para darle mi respuesta más convincente.
-Hola, encontramos a esta niña perdida en el bosque. Necesita un lugar seguro -dije, notando una ligera tensión en su postura-. Su nombre es Aurelie, pero no estamos seguros de donde proviene, la hallamos unos treinta kilómetros al norte.
El trabajador de la Cruz Roja asintió, su expresión se suavizó al ver a la niña tomada de mi mano.
-Entiendo. Este puesto está dedicado a la acogida de niños extraviados. Podemos cuidar de ella. Por favor, síganme.
Nos condujo a una carpa grande, donde varios niños ya estaban siendo atendidos por voluntarios. Al entrar, la niña miró a su alrededor con ojos grandes y asustados, pero pronto fue recibida por una amable enfermera que le ofreció algo de beber y una muñeca para distraerla.
-Gracias -le dije al trabajador, con sinceridad.
-No hay de qué. Haremos todo lo posible por encontrar a su familia o asegurarnos de que esté a salvo.
Me agaché para estar al nivel de la niña y le acaricié el cabello.
-Vas a estar bien aquí, pequeña. Estas personas te cuidarán y te devolverán a tus padres -le dije, forzándome a sonreír, aunque sentía una punzada de tristeza al despedirme.
Ella negó con la cabeza, sus ojos llenándose de lágrimas. Me agaché para estar a su nivel y la tomé de los hombros suavemente.
-Lo siento tanto -susurré, mi voz quebrándose-. No puedo quedarme, pero tienes que ser valiente. Prometo que estarás a salvo aquí.
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1940: El viaje más difícil (segunda guerra mundial)
Historical FictionFrancia, mayo de 1940. Ante una inminente invasión alemana, los habitantes de una pequeña aldea del norte de Francia emprenden un largo y peligroso viaje hacia la costa, con la intención de rehacer sus vidas en un lugar mejor. Mientras tanto, dos so...