Capítulo 10: Camino a ninguna parte.

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En algún momento me venció el sueño, porque cuando abrí los ojos, la luz del sol iluminaba de nuevo la habitación. Noté algo húmedo sobre mi pecho y descubrí, divertido, que la criatura, que seguía dormida contra mí, había dejado un rastro de babas y mocos sobre mi camisa. La estreché en mis brazos, con cuidado de no despertarla, mientras una lágrima solitaria caía por mi mejilla. Dios, o quien fuera el que me observase desde allí arriba, me había dado algo que hacer y mi vida tenía algo de sentido de nuevo. Haría lo posible por acompañar a esa niña hasta que estuviera en un lugar seguro.

-Edelmann... -la voz firme de Holzstein me devolvió a la realidad-. ¿Por qué demonios tienes una niña?

Me incorporé con cuidado, tratando de que no despertara.

-Apareció anoche, cuando ya estabas dormido. No podía dejarla sola a la intemperie.

Holzstein suspiró audiblemente.

-No podemos llevarla con nosotros

La tensión en la voz de Holzstein era palpable, pero yo sabía que mi decisión estaba tomada. Observé a la pequeña, todavía dormida, su respiración tranquila y constante, y sentí una oleada de protección que no estaba dispuesto a dejar ir.

-Sé que piensas que es una carga, Hans, pero no puedo abandonarla. Es una niña, por el amor de Dios. ¿Cómo podríamos vivir con nosotros mismos si le dejamos a su suerte?

Holzstein frunció el ceño. Sus ojos, ligeramente vidriosos, reflejaban preocupación y conflicto.

-¿Y qué pasa si nos encontramos con enemigos? No tenemos los recursos para protegernos, mucho menos para protegerla. Es una responsabilidad que podría costarnos la vida a todos.

-Lo entiendo -respondí con firmeza-. Pero también sé que sin algo por lo que luchar, algo más grande que nosotros mismos, nuestra misión carece de propósito. No se trata solo de sobrevivir, Hans, se trata de mantener nuestra humanidad.

Él me miró, evaluando cada palabra que decía. Sabía que Holzstein tenía razón; cada movimiento, cada decisión que tomáramos de aquí en adelante debía ser meticulosamente calculada. Pero también sabía que abandonar a la niña no era una opción que pudiera considerar.

-Mírala -dije, moviendo un poco a la pequeña para que pudiera verla mejor-. ¿Qué crees que le pasaría si la dejamos atrás? ¿Acaso no la estarán buscando desesperadamente sus padres?

El silencio que siguió fue pesado. Finalmente, Holzstein exhaló un largo suspiro y pasó una mano por su rostro, como si intentara borrar la tensión de sus rasgos.

-De acuerdo -cedió al fin, su voz más suave-. Pero si algo sale mal, tendrás que ser el que tome la decisión difícil. ¿Entiendes eso, Joseph?

Asentí, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que mi decisión podría tener consecuencias, pero también sabía que tenía razón al seguir mi instinto de proteger a la niña.

-Lo entiendo, Hans. Y te prometo que haré todo lo que esté en mi poder para que no tengamos que enfrentarnos a esa situación.

Holzstein se volvió, murmurando algo sobre preparar algunas provisiones para estar abastecidos a lo largo de nuestra marcha. Mientras lo veía alejarse, sentí una mezcla de alivio y responsabilidad abrumadora. Miré a la niña, que aún dormía pacíficamente, y supe que, pasara lo que pasara, había tomado la decisión correcta.

La casa abandonada a orillas del río era un refugio temporal, una pausa en medio del caos que nos rodeaba. Mientras Holzstein se ocupaba de preparar el equipo, yo observaba los alrededores en busca de algo útil que pudiéramos llevarnos. El lugar estaba desordenado, señales de una vida interrumpida abruptamente.

-¿Crees que realmente merecían morir? -pregunté, rompiendo el silencio.

Holzstein se encogió de hombros, su expresión endurecida.

-La guerra no discrimina. Desplaza a todos, arrasa con todo.

El peso de sus palabras me golpeó con fuerza. Aunque la niña en mis brazos era un símbolo de esperanza, también era un recordatorio de la crueldad que habíamos presenciado. Me acerqué a una mesa donde aún quedaban algunas provisiones: latas de comida, una botella de agua medio llena y algunos trozos de pan duro. Los recogí con cuidado, añadiéndolos a nuestra reserva.

-He encontrado algo más de comida -dije, tratando de mantener el tono optimista.

-Bien, cada poco cuenta -respondió él, sin levantar la vista de su tarea.

La niña empezó a moverse ligeramente, emitiendo pequeños sonidos de incomodidad. Me di cuenta de que pronto se despertaría y necesitaría algo para comer. Me acerqué a una pequeña alacena y encontré un viejo tarro de miel. Lo abrí y olí su contenido: aún estaba bueno.

-Podríamos darle un poco de esto -sugerí, mostrándole el tarro a Holzstein.

Él asintió, aunque su expresión seguía siendo sombría.

-Deberíamos partir pronto. Cuanto más tiempo pasemos aquí, más probabilidades hay de que nos descubran.

Asentí, consciente de la urgencia de nuestra situación. Con cuidado, tomé un poco de miel con un dedo y la llevé a los labios de la niña. Sus pequeños labios se movieron, saboreando el dulce, y luego abrió los ojos, mirándome con una mezcla de curiosidad y confusión.

-Buenos días, Aurelie -le dije suavemente, sonriendo.

Ella me miró por un momento más antes de acurrucarse de nuevo contra mi pecho, aparentemente reconfortada por la presencia de alguien conocido.

-Hans, tenemos que seguir el río. Si seguimos río abajo, eventualmente llegaremos a algún pueblo o a una carretera principal. Ahí podremos encontrar a alguien que nos ayude.

Holzstein asintió, cerrando su mochila con un movimiento decidido.

-Tienes razón. Es nuestra mejor opción. Solo espero que no nos encontremos con soldados franceses en el camino.

Salimos de la casa, el sol comenzaba a subir en el cielo, bañando el paisaje con una luz dorada. Con la niña en mis brazos y Holzstein a mi lado, empezamos a caminar, cada paso un pequeño avance hacia la esperanza de encontrar rastros de civilización habitada. 

1940: El viaje más difícil (segunda guerra mundial)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora