Extra

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Gun jadeaba y sollozaba mientras sudor frío perlaba su frente, su cuerpo se agitaba convulsivamente en la cama, atrapado en el abismo de una pesadilla. Goo, al notar el estado desesperado de su amado, intentó despertarlo con urgencia, su voz temblando de preocupación.

—Gun, Gun —repitió suavemente, sacudiéndolo con delicadeza o tal vez no tanta.

El yakuza despertó bruscamente, inhalando una bocanada de aire como si hubiera estado a punto de ahogarse. Sus ojos se abrieron desmesuradamente al ver la figura de Goo a su lado, recorriendo con incredulidad cada detalle del hombre que tenía frente a él, como si estuviera tratando de asegurarse de que era real. Sin previo aviso, lo envolvió en un abrazo desesperado, apretándolo con una fuerza que solo podía provenir de un miedo profundo y latente.

—Oye, no seas rudo. Recuerda que llevo un bebé —protestó Goo, luchando por zafarse del fuerte agarre, pero sin éxito.

—Estás aquí —murmuró Gun, su voz quebrada mientras apoyaba la cabeza en el hombro de su compañero, buscando consuelo en su cercanía.

—No, fíjate que soy un fantasma —respondió Goo con ironía, ajeno al terror que había consumido a Gun durante su sueño.

El calor del cuerpo de Goo, el latido rítmico de su corazón, su aroma inconfundible... todo era real. Gun se aferraba a esos detalles, tratando de convencerse de que lo que había experimentado era solo una pesadilla. Pero fuera lo que fuese, ahora estaba aquí, su bebé estaba aquí.

—Tengo hambre, suéltame. Tu hijo también quiere comer —dijo Goo, con un tono mezcla de ternura e impaciencia.

Sin embargo, Gun no podía soltarlo. Las lágrimas se acumulaban en sus ojos mientras lo abrazaba con más fuerza. Quería llorar, dejar salir toda la angustia acumulada, pero más que nada, deseaba que ese momento durara para siempre. El tiempo que había estado sin Goo, aunque solo fuera en sueños, había sido una tortura insoportable.

—Solo quédate así un momento —claudicó Gun, su voz apenas un susurro, aferrándose a la sensación de tener a Goo entre sus brazos, como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento.

Goo se dio por vencido con un suspiro. Se acomodó en los brazos de Gun, dejándose envolver por la calidez de su abrazo. Después de un largo rato, cuando Gun finalmente se convenció de que lo que veía y sentía era real, aflojó su agarre y se levantó de la cama.

—Quédate ahí, traeré tu desayuno —agregó Gun, con una sonrisa que ocultaba la tormenta de emociones que aún revoloteaban en su interior.

Se dirigió a la cocina, su mente ocupada en preparar un desayuno digno de un rey, el único rey que importaba en su vida. Cada plato que colocaba en la bandeja era una ofrenda de amor, un pequeño gesto para asegurarse de que Goo estuviera bien, aquí, en este momento. Al volver al dormitorio, el simple hecho de ver a Goo comiendo con normalidad frente a él era lo más valioso en el mundo para Gun, más preciado que cualquier tesoro.

—Por cierto, hoy quiero ir a comprar unos mangas —dijo Goo, rompiendo el silencio mientras tomaba un sorbo de su bebida caliente.

Las palabras resonaron en Gun como un déja vu, una vaga reminiscencia de su pesadilla. Su mirada se desvió hacia la ventana, observando cómo la nieve caía suavemente, cubriendo todo con su manto blanco. Si lo que había experimentado en su sueño era más que una simple ilusión, esto significaba una segunda oportunidad. Y no permitiría que nada, ni nadie, pusiera en peligro a Goo y a su hijo.

—Iré yo, no será bueno que salgas en tu condición —respondió Gun, con una firmeza inusual en su voz.

—No estoy discapacitado, solo estoy gestando un bebé —replicó Goo.

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