Capítulo 2: Dos trenzas y una carta

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      —¿Por qué papá se empeña en que me case con Lionel?

      —Quiere asegurar tu futuro, no lo culpes —dijo Jeremié pasando su brazo por encima de mis hombros. Habíamos salido del castillo muy temprano para llevar comida al orfanato del pueblo. Jeremié sabía lo mucho que amaba ir allí y pasar tiempo con los niños.

      —Mi futuro está asegurado con la herencia, y lo sabes. —Giré mi cabeza y lo miré de mala manera.

      Mi abuela materna había pasado la mitad de su vida asegurándose de que no me quedara en la calle en caso de que me tocara un mal esposo, así que disponía de dinero y propiedades suficientes para vivir una vida llena de lujos; todo eso era solo para mí. Por supuesto que solo lo sabíamos mi madre, Jeremié y yo. Como sea, podría disponer del dinero en cualquier momento, pero no era como si tuviera necesidad de él.

      —Lo sé, pero él no lo sabe…

      Lo interrumpí. 

      —Y así debe mantenerse, indistintamente de si hago uso del dinero de la herencia o no, sin importar si la boda se lleva a cabo o no: papá no puede enterarse de la existencia de ese dinero.

      —Creí que habías asumido que ese punto ya me había quedado claro.
                          

      —No está de más recordártelo —Me encogí de hombros.

      Seguimos caminando hasta llegar a la puerta del orfanato. Tocó la puerta con dos golpecitos y enseguida se abrió, dejando ver a una pequeña niña pecosa de cabello castaño con dos trenzas y piel pálida. Tenía una expresión melancólica y el contorno de sus ojos parecía enrojecido, como si hubiera llorado. 

      —Hola, ¿cómo te llamas? —le pregunté con condescencia. No la había visto antes, así que supuse que acababa de llegar.

      Con mucha timidez y una sonrisa demasiado forzada respondió:

      —Estela… mi nombre es Estela. 

      —¡Qué lindo nombre! —Sonreí para hacerla sentir segura—. Yo soy Gabrielle, mucho gusto, nena —Le extendí mi mano y la estrechó de inmediato componiendo una gran sonrisa a la que le faltaba un diente.

      Pasamos a dejar los insumos y muchos niños que ya me conocían se abalanzaron sobre mí y me estrecharon en un fuerte abrazo. Me daba mucho gusto volver a verlos, los había extrañado más de lo que creía. 

      Después de conversar con los niños y con Estela por un rato, me di cuenta que la molestaban mucho: los niños creían que sus padres la habían abandonado porque no la querían, y ella aseguraba que no era así y que un asalto había provocado sus muertes. Por este motivo la pobre niña había quedado huérfana.

      —Siempre soñé con ser una princesa… o al menos conocer a una —comentó entusiasmada. Sus ojos brillaban cada vez que hablaba de todo lo que le quería hacer una vez que saliera del orfanato. 

      —¿En serio? —Sonreí—. Acércate, te diré un secreto…

      La pequeña se acercó hasta que su oído quedó muy cerca de mi rostro. Le susurré apaciblemente:

      —Yo soy una princesa. 

      Se apartó de mí y me miró con mucha ilusión, como si le acabaran de obsequiar un poni. 

      —¿Y vives en un castillo?

      —Claro. Algún día te llevaré a conocerlo.

      La verdad no estaba segura de poder cumplir con eso, pues era muy poco probable que pudiera sacar a un niño del orfanato sin haberlo adoptado, pero haría mi mayor esfuerzo para realizar su sueño.

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⏰ Última actualización: Aug 12 ⏰

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