Capitulo 1: Jardín Botánico

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Había pasado casi una semana desde mi retorno al castillo. Mi padre me había encerrado en mi habitación, y solo dejaba entrar a Noemí. Tampoco pude ver a Jeremié o a mamá.


Pero ese día fue una excepción con Cristine. Ella modelaba frente a mi espejo ovalado, luciendo su nuevo y esponjado vestido rojo escarlata que se ceñía perfectamente a su cuerpo.

—Sigo sin comprender por qué no me dijiste que te irías, creí que confiabas en mí —Se hizo la ofendida mientras acomodaba su cabello detrás de sus hombros. Llevaba toda la mañana y parte de la tarde quejándose sobre eso.

Dejé de peinar mi cabello, me acerqué a su lado y miré mi reflejo. Ese día portaba el precioso vestido beige que me había obsequiado mi madre días antes de escaparme.

—Claro que confío en ti, pero ya te lo dije, no lo planeé, simplemente lo decidí esa noche y me fui.

Era cierto; aunque ya lo había pensado antes, no había tenido el valor suficiente para salir corriendo en medio de la madrugada, al menos no hasta esa noche.   

—Espero que seas consciente de lo que desprecias. ¿Sabes cuántas mujeres desearíamos estar en tu lugar? ¡No es cualquier persona! ¡Estamos hablando de Lionel, el príncipe de Francia! —exclamó mientras se giraba hacia mí y se ponía en posición de jarra.

—Lo sé, «es el príncipe más apuesto» —dije imitando su voz—, pero no lo amo, no siento nada por él, y tú no deberías decir eso, estás casada con mi hermano —Fruncí el ceño y la apunté con el dedo índice. Ella elevó sus manos en señal de rendición.

—¡Ay, por favor! Estoy casi segura de que ha estado al menos una vez con alguna mujerzuela del pueblo, y a decir verdad, no me extrañaría.

—Conoces a mi hermano desde que eran niños, y sabes que no sería capaz de serte infiel, él te ama —Caminé hasta sentarme frente al tocador. 

Mi hermano no era como la mayoría de los hombres a quienes no les importaba los sentimientos de las mujeres y se acostaban con cualquier muchacha que se les pusiera en frente, lo había comprobado el día de su boda cuando fui testigo del momento en que una muchacha de cabello rojizo se había acercado a él, aprovechando que estaba solo, para besarlo a la fuerza.

Él la había apartado sin lastimarla y le había pedido que no se volviera a acercar a él, luego ordenó que la sacaran del castillo.

—¡Es hombre! Mi madre siempre decía: «Una mujer sin cuernos es como un jardín sin flores» —dijo intentando imitar la voz de su madre—. Y bueno..., puedo vivir con eso mientras yo siga siendo su esposa —aseguró mientras se retocaba el labial con el dedo medio.

—Entonces…, ¿te gustaría ser jardín botánico? —levanté una ceja y la miré a través del espejo del tocador. Me devolvió la mirada ofendida, tomó su bolso, y caminó hacia la puerta de la habitación sin siquiera mirarme. Me giré sobre mi asiento para verla. 

—No te vayas, era broma. 

—Como sea, tengo cosas que hacer. Nos vemos después —suspiró y salió de la habitación dejándome sumida en un silencio incómodo.

A veces sentía que era muy sensible y no podía decir cualquier cosa frente a ella. Uno no podía saber cuándo se ofendería o se lo tomaría a pecho.

Aun así mi estima hacia ella no cambiaba, después de todo era mi mejor amiga aunque su forma de pensar y ver las cosas a veces resultara algo estúpida. 

Me quité los tacones, tomé el libro que estaba sobre la mesita de noche y me acosté boca abajo sobre la cama, pero antes de abrirlo una extraña sensación de que algo no andaba bien recorrió mi cuerpo por completo.

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