IX. Impensable, escandaloso, abrumadoramente serio

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Siempre ha sido impensable, escandaloso, en el sentido más sucio de la palabra, y abrumadoramente serio. De pie, observando el mundo como si el mundo le perteneciese, cabeza alta, barba de dos días, ojos oscuros. Se lame los labios y se sacude la tierra.

Y sabe que hay algo de hierro fundido, al rojo vivo, en sus iris marrones. Porque me mira como si yo fuese la única persona que existe en este lugar abarrotado de cuerpos sudados y mentes nubladas, y no sé a quién pretende retar. Si a mí o a mis bragas.

Quizás hoy se levantó con ganas de arrancarme el sujetador —y el alma. Suerte que yo nunca llevo de los primeros y así no tendrá que demorarse demasiado. En cuanto a lo segundo, creo que le pertenece desde el primer momento que reparó en mí.

No sé a qué está jugando, pero juega y se le da muy bien. Cara de póker mientras yo me derrito a años luz del raciocinio. En pocos segundos ya me ha agarrado de la mano para sacarme de la discoteca. Tira de mí como si nadie aquí nos conociese, aunque es todo lo contrario. Como si nadie fuese consciente de las consecuencias que me puede traer meterme en la boca del lobo, o que la boca del lobo acabe sobre mi cuerpo.

Pero a quién le importa. En serio. Cuando se trata de él, a quién cojones le importa arruinarse la vida o jugarse todas las cartas a una apuesta que sabe que perderá. Porque yo, desde luego, me dejaría arrastrar hasta lo más profundo solo por volver a recostarme en su espalda.

Supongo que ese es el problema de las mujeres que sentimos demasiado. Haríamos cualquier cosa por veneno. Daríamos el corazón a cambio de nada. Nos desharíamos y nos desvaneceríamos y nos romperíamos buscando... el qué. Un instante. Un beso. Un te quiero.

Una mentira.

Pero qué dulce mentira.

Amar al borde del precipicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora