Prólogo

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Vittoria

Dos años atrás

—¡No! —grito cuando los hombres a los que mi padre me había entregado me toman de los brazos—. ¡Por favor, no lo hagas! ¡Papá, te lo ruego! —Las lágrimas corren por mi rostro sin inmutar al hombre que me procreó.

Había suplicado, gritado y arañado, pero ahora sabía que para mi padre no era más que un medio de cambio para saldar su deuda. Era más importante continuar con su adicción a las drogas que el futuro de su hija. Ya lo había entendido fuerte y claro.

—Llévensela de aquí. No quiero saber nada de ella. Y díganle a Savio que quiero un kilo de coca.

Sus palabras son el último clavo en mi ataúd.

Cuando me sacan de lo que alguna vez llegué a sentir como un hogar, no soy más que un saco de huesos, órganos y sangre. No había nada que pudiera hacer para evitar el destino al que mi padre me había condenado. Si intentaba escapar, me matarían. Si hablaba, me matarían. Si siquiera pensaba en hacer una estupidez, me matarían.

¿Así sería mi vida a partir de ahora? ¿Tendría que cuidar mi pensar y mi actuar para no acabar en la cuneta? ¿Acaso valía la pena vivir?

No tenía a nadie ahora. Era una huérfana de diecisiete años que odiaba a su madre por haberla abandonado cuando tenía cuatro años y que todavía no sabía si tenía el mismo sentimiento por su padre.

Niego mirando a la nada. Me habían subido al asiento trasero de una camioneta y ahora mis compradores conducían en completo silencio. No podía quedarme en silencio compadeciéndome de mí misma, así no era yo.

—¿A dónde me llevan? —decido preguntar ignorando el tamborileo acelerado en mi pecho.

Ambos hombres me miran por el espejo retrovisor. La maldad en sus ojos era casi palpable. Estaba segura de que si no tuvieran que entregarme a su jefe harían conmigo más que solo subirme a una camioneta en contra de mi voluntad.

—Al infierno sobre la Tierra.

Son las últimas palabras que escucho antes de que uno de ellos me golpee.

——————✧◦✧◦✧——————

Abro los ojos y un fuerte zumbido inunda mis oídos. El cuerpo me dolía por haber permanecido tantas horas en la misma posición.

—¿Dónde...?

Mis palabras se detienen cuando veo los barrotes en la periferia de mi visión. Me levanto de la excusa de colchón en la que me habían acostado y observo a mi alrededor.

—No. No. No. —Las palabras salen a duras penas de mi boca. Me habían encerrado en una jaula de acero bajo lo que parecía ser un sótano—. No...

Mis manos se aferran a los barrotes y mis rodillas golpean el suelo frío de concreto, el nudo en mi pecho se afloja hasta convertirse en un llanto incesante. No sabía dónde me encontraba ni quiénes me habían metido aquí, pero no eran buenas personas.

¿Qué harían conmigo? ¿Mantenerme aquí abajo hasta que muera de la paranoia o algo peor?

Cualquiera que fuera la razón, no quería descubrirla. Solo quería irme a dormir y despertar al día siguiente encontrando que todo esto no es nada más que una pesadilla.

——————✧◦✧◦✧——————

—Despierta, cagna. Es hora de que comiences a trabajar.

Me sobresalto al oír una fuerte voz masculina a mi lado. Mi espalda se golpea contra los barrotes cuando retrocedo, alejándome lo más que puedo de él, pero su sonrisa llena de satisfacción me dijo que esperaba que hiciera exactamente eso.

—Cuando estemos fuera de aquí, no querrás alejarte de mí. —dice arrogante—. Vamos.

Sale de la jaula, esperando claramente a que lo siga. Medito mis opciones por unos minutos hasta que decido ir con él. Era eso o que me obligaran a salir. No encontré diferencia en la estética del lugar hasta que subimos las escaleras del sótano y dimos a una salida de emergencia. Cuando se abrieron las puertas, mi pecho vibró con la música que inundaba lo que parecía ser un club nocturno.

El lugar estaba apenas iluminado, pero lograba ver con claridad a las mujeres bailando en los escenarios, apenas cubiertas por ropa, si es que a esos finos sujetadores se les podía llamar así. Los hombres en el lugar las miraban como si fueran lo más perfecto y hermoso que sus ojos hayan visto.

Las grandes manos de uno de los clientes del club tiran de mi cintura hasta llevar mi espalda contra su fuerte pecho. Cada uno de mis músculos se tensa a causa del miedo, pero no me congelo, sacudo mi cuerpo y brazos en un intento por liberarme.

—¡Oh!, me gustan así de luchadoras. —dice una voz ronca en mi oído, logrando que cada vello de mi piel se erice—. Tú y yo vamos a divertirnos mucho cuando llegue el momento...

—¡Suéltala!

La frialdad y poder que transmitía esta segunda voz me hace congelarme en mi lugar.

—Santis, esto no es asunto tuyo. Lárgate. —Intento mirar por encima del hombro para ver al segundo tipo, pero mi captor aprieta su agarre en mi cintura.

—Repite eso. —La sangre se agolpa a mis pies cuando escucho el sonido de un disparo por encima de la música—. O no.

Me giro lentamente para encontrar en el suelo el cuerpo del hombre que me había retenido. Había un agujero en su sien y la zona bajo su cabeza se veía brillante. Paso saliva.

Era sangre.

Mis ojos se encuentran con el rostro más frío y carente de emoción que he visto en mi vida. Sus facciones eran duras, angulosas. Llevaba el cabello corto, al igual que la barba que cubría la parte inferior de su rostro. Era hermoso.

Un hermoso asesino.

—¡Mierda, Dante! —El grito del hombre que me había sacado de la jaula resuena con fuerza. Miro alrededor y todos tenían la mirada fija en nosotros, mejor dicho, en mí. Los hombres me recorrían de arriba abajo y ahí es cuando recuerdo lo que llevo puesto; un corto vestido negro que me habían obligado a vestir antes de traerme aquí—. Ya hemos hablado de esto. No puedes seguir matando gente en mi club.

—No pude evitarlo, Abele.

La música comienza a sonar de nuevo y todos vuelven a lo suyo como si nada hubiera sucedido.

Un líquido tibio toca mis pies, retrocedo casi resbalando en el proceso, pero logro sujetarme a tiempo de una mesa. Para mi desgracia, mis movimientos atraen la atención de los dos hombres hacia mí.

—Mira el desastre que has causado ya. —acusa el hombre llamado Abele—. Las nuevas siempre son las peores.

Dante me recorre con la mirada, pero no había más que indiferencia en ella.

—Es una niña. —dice en tono neutral.

—Por ellas pagan mejor.

Abele me toma de la mano y me aleja de la escena para mostrarme a todos los hombres que hay en el lugar. Bloqueo cada segundo de las siguientes horas fingiendo que soy yo quien toma el arma de Dante y mata a todos lo que se me insinúan, tocan y miran.

Pero al final de la madrugada me devuelven a mi jaula con estas cinco palabras:

—Mañana te toca a ti. —dice Abele señalando a la chica en la jaula frente a mí.

Estuvo bailando en las piernas de un hombre mayor y luego se perdieron en una habitación por más de una hora. Se le veía muy infeliz.

Esa noche no dormí y las que le siguieron a esa tampoco.

Bailando para un Siciliano © [+18] | [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora